jueves, 20 de noviembre de 2008

3. El significado del nombre de México

Creo que no hay día en nuestras vidas, para los que residimos en México, en el que dejemos de ver, escuchar o leer el nombre de este país. Lo que es menos frecuente es que ello nos lleve a preguntarnos acerca de lo que significa esta palabra.

En realidad no hay una respuesta correcta. La prueba de ello es la obra escrita por el italiano Gutierre Tibón(6), quien dedicó una decena de años de su vida, aquí en México, para darnos lo que se considera el tratado más completo acerca de la denominación de nuestra patria. Se puede recorrer las casi novecientas páginas que tiene este libro y nunca encontraremos una aseveración contundente de Gutierre Tibón, que nos diga, “yo estoy convencido de que el significado definitivo es este”.

3.1 De cómo el nombre pasó de una etnia a denominar un país
El nombre refleja la vocación centralista que tiene esta gran ciudad, y ella se expresa en el hecho de que se lo dio a toda una nación. En su origen es el de un pueblo, al cual incorrectamente se le llama azteca. Si ellos lo supieran es probable que lo tomarían como una ofensa.

Según dice el relato de la peregrinación, al pasar por el actual estado de Sinaloa, cerca de Culiacán, Huitzilopotztli se les reveló y les dijo que tenían que cambiar de nombre, al de mexicas. Lo de aztecas viene del punto de donde partieron, el mítico Aztlán, “lugar de las garzas o de la blancura”, cuya localización se disputan varias partes de la República. Algunos lo ubican en la zona lacustre de Michoacán/Jalisco, otros en Mexcaltitlán, Nay., y algunos lo mandan hasta el sur de los Estados Unidos, en Nuevo México, e incluso más allá. Cuando los pobladores de las regiones por donde iban pasado, les preguntaban de donde veían, ellos respondían que de Aztlán, “entonces ustedes son aztecas”, sería la conclusión inmediata.
Después, le fue dado a una población, la cual tenía un nombre compuesto, México- Tenochtitlán, que sintetiza la señal con la que Huitzilopotztli les indicaría donde fundar la ciudad que les había prometido.

Tras la caída de la ciudad mexica, contraviniendo todas las opiniones opuestas, Hernán Cortes, decidió establecer sobre sus ruinas la capital del territorio puesto bajo el dominio de la corona española, le quitó la segunda de las palabras y la dejó sencillamente como México.

Mas adelante, al dividirse la Nueva España en porciones llamadas reinos, la que circundaba la sede de los nuevos poderes, fue conocida como el Reino de México, que se convertiría en Intendencia en la reorganización política aplicada hacia el final del período colonial.

Finalmente, la denominación se aplicó a todo un país. En una revisión que podemos hacer de documentos fundamentales en la historia de nuestra patria, la primera mención de esta palabra para referirse al país en gestación, aparece hasta el año de 1814, cuando en Apatzingán se promulga, el 22 de Octubre de 1814, el Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana.

En los Tratados de Córdoba, suscritos el 24 de Agosto de 1821, entre Agustín de Iturbide y Don Juan O’Donojú, el último Virrey, que nunca llegó con tal carácter a la ciudad, se reconocía al Imperio Mexicano como nación soberana e independiente.

El nombre adquiere carácter oficial en el primer ordenamiento constitucional que nos rigió durante la época independiente, la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada en la Ciudad de México el 5 de Octubre de 1824.

3.2 Campo de significados
En el campo de significados de la palabra México, podemos distinguir dos variantes básicas: la etimológica y la histórica.

I)La primera de ellas nos refiere a sus raíces, se trata de una palabra de origen náhuatl, respecto de la cual existen una gran variedad de interpretaciones. Podemos citar un par de ejemplos de ellas:

a)La primera es la más conocida y, de acuerdo con Gutierre Tibón, es la que tiene mayores probabilidades de ser la verdadera. Fue expuesta por Alfonso Caso, en su ensayo publicado en 1946, intitulado “El águila y el nopal”.

En esta versión, se indica que detrás del nombre existió originalmente una frase. Alfonso Caso dividió la palabra de la forma siguiente, tratando de encontrar detrás de cada sílaba un vocablo del náhuatl: ME--XI--CO. La primera sílaba proviene de "metztli" (luna), la segunda de "xictli" (ombligo o centro) y la última del apócope "co" (lugar de).

Así, México se deriva de una oración que quería decir: “El lugar que se encuentra en el centro o el ombligo de la luna”. A pesar de que la palabra fue dividida siguiendo las reglas de la gramática española, y no es la única forma de desglosarla, esta propuesta tiene fuertes apoyos, al menos los cuatro siguientes:

 De las 70 diferentes interpretaciones recopiladas por Gutierre Tibón, en 39 de ellas aparece la relación con luna, liebre, conejo o maguey, acepciones con las que se identificaba a nuestro satélite.

 En 46 lenguas prehispánicas sobrevivientes, en la actualidad existen alrededor de 60, el mencionado autor indagó en su léxico como se referían a la Ciudad de México, y en 9 de ellas se vuelve a encontrar la misma referencia.

 En la tradición oral, que va pasando de generación en generación, se indica que la llegada a esta parte del Valle de México fue en una hora de la noche, en la cual la Luna se reflejaba en el espejo lacustre, lo que pudo haber motivado la creencia de que era el lugar del centro o el ombligo de la luna.

 El lago donde se funda la ciudad, tiene el nombre de Metztliapan, que quiere decir lago de la luna, y no era casual, pues su contorno se asemejaba al de un conejo.

b) En la entrada “México-Tenochtitlán”, del Tomo 9 de la Enciclopedia de México, obtenemos el segundo ejemplo. A diferencia del anterior, se afirma que el nombre de México se originó de un solo vocablo, que en este caso es Mexitli, una manera de mencionar a Huitizilopoztli

En esta misma fuente, se indica que el significado está estrechamente interrelacionado al de Tenochtitlán, cuyas raíces son Tetl (piedra), nochtli (tuna) y tlan (terminación abundancial). La conjunción de las dos pablaras significa: “El tunal divino donde está Mexitli”, vigente en el Escudo Nacional, que en realidad es el jeroglífico de México-Tenochtitlán. El águila representa al sol, a las fuerzas diurnas que sostienen una lucha con las de la noche, expresadas por la serpiente, en tanto el tunal es el árbol de los corazones humanos, necesarios para alimentar al astro rey y con ello propiciar su victoria.

II)La segunda variante del campo de significados es la que encontramos desde la perspectiva histórica. Hace referencia a un pueblo insignificante, de origen oscuro, que provino de una región hasta hoy ignota, Aztlán, donde estaban sometidos por los verdaderos aztecas, los señores del lugar. Siguiendo el llamado de un dios tutelar, abandonaron el legendario sitio, en una fecha igualmente desconocida. En su relato la hicieron coincidir con la de la caída de Tula, para aparecer como sus naturales sucesores, es decir, alrededor del año 1165.

Llegaron al Valle de México hacia el año de 1276, a un territorio que estaba densamente ocupado, por pueblos que se les habían adelantado y que poseían porciones variables de la tierra, como los xochimilcas, los colhuas, los acolhuas, los chalcas y los tepanecas, los que coexistían en un frágil equilibrio político y militar.

Se establecieron al principio en Chapultepec, bajo la autoridad del Señor de Azcapotzalco, en el dominio de los tepanecas, donde según se dice vivieron una generación. Al finalizar ese siglo, fueron reprimidos por haber provocado problemas, al realizar incursiones a localidades ribereñas con el objeto de mujeres. Esta era una costumbre de los indios del norte, para ganar prestigio y, sobre todo, renovar las sangres.

Después del escarmiento, fueron separados. Los líderes quedaron bajo la vigilancia del Señor de Culhuacán y el resto fue mandado a Tizapán, lugar donde proliferaban alimañas, con la intención de que éstas los eliminaran. Lejos de ocurrir esta situación, los mexicas superaron la prueba e incluso se alegraron de encontrar algo que comer en aquel inhóspito lugar.

Al paso del tiempo, los mexicas adquirieron fama y prestigio por su belicosidad. Sus rasgos distintivos están materializados en los dos adoratorios que colocan invariablemente en lo alto del Templo Mayor, uno dedicado a Tláloc y el otro a Huitilopotztli. El primero rige los ritos agrarios, el segundo lo que tiene que ver con la guerra, se trata de campesinos guerreros. Dada la precaria estabilidad existente en el Valle de México, sus servicios fueron requeridos en múltiples ocasiones.

Hasta nuestros días llega la narración de sucesos que muestran este carácter agresivo, a los ojos occidentalizados, de suma crueldad. Se recuerda lo acontecido cuando auxiliaron a Coxcox, el Señor de Culhuacán, en su guerra contra los xochimilcas. Al concluir el combate, se presentaron ante él, y después de escuchar burlas y ofensas por acudir sin prisioneros, en muda respuesta vaciaron a los pies un costal de orejas cortadas a los enemigos.

Otro acontecimiento en el que se involucra a Coxcox, más que la señal de un águila sobre un nopal devorando una serpiente (en otra versión aparece un ave), es lo que lleva a los mexicas a ocupar un islote en el lago de la Luna.

Se cuenta que en una ocasión, se presentaron ante Coxcox y le solicitaron les otorgara a una de sus hijas. Imaginando que se trataba de un enlace matrimonial, y que con ello fincaría una alianza sólida, el Señor de los Colhuas les concedió la gracia. Al paso de los días, fue invitado a una ceremonia, que supuso sería la boda, por lo que acudió gustoso al encuentro. El humo del incienso impedía observar con claridad lo que acontecía, y alcanzó a distinguir una figura femenina que pensó era su hija. Al disiparse las emanaciones del sahumerio, con horror se dio cuenta que se trataba de un sacerdote, quien representaba a la Diosa Toci, vestido con la piel de su infortunada descendiente.

Horrorizado, se retiró clamando venganza en contra de tan sanguinarios individuos, los que determinaron huir aposentándose en un islote, aparentemente deshabitado, aunque existen versiones en sentido contrario.

3.3 El gran mito
Pocos mexicanos ignoran las partes generales de este relato y son menos los que discuten su veracidad. Ocurrió hace tanto tiempo, que, como las narraciones de la Biblia, da la impresión que en realidad pudieron hacer acontecido. En el origen de la ciudad y de nuestra nacionalidad, encontramos un gran mito, en el que, al igual que en una leyenda de esta naturaleza, se conjugan falsedad y certeza.

Lo que es real es la existencia de un punto de partida, envuelto intencionalmente en el misterio. También lo es el transcurrir en el espacio del actual territorio nacional por más de un siglo, y es innegable que al finalizar el peregrinar se funda una ciudad. Lo ficticio es el haber hecho todo esto siguiendo el mandato y la guía de una fuerza sobrenatural.

De acuerdo con Gutierre Tibón, se trata de una historia que fue reelaborada a la medida de la grandeza a la que aspiraban los mexicas, mucho tiempo después de su arribo a esta región. No suena tan atractivo decir que se trataba de un pueblo sometido, que en su desesperación no tuvo otra salida para romper las cadenas del dominio que el dejar atrás todo. Tampoco seduce el señalar que la migración estuvo llena de penalidades y desacuerdos dentro del grupo, o que finalmente llegaron a un lugar donde otros pueblos se habían ya asentado desde hacía muchos años, y a los que tuvieron que servir como vasallos, en donde ocasionaron tantos problemas que no tuvieron otra alternativa que establecerse en medio de las aguas.

A la distancia, resulta sorprendente que se hayan tardado medio siglo en encontrar la señal que les había anticipado su deidad tutelar, algo que no era raro observar todos los días, pues era el habitat natural del águila real, y de los animales, sea ave o serpiente, que eran parte de su cadena alimenticia.

Es muy diferente afirmar que salieron de Aztlán en atención al llamado de un dios, que les fue señalando el curso que deberían de seguir hasta arribar al lugar donde se establecerían. Que desde ahí dominarían un vasto territorio, y alcanzarían alturas superiores a las de sus primeros señores, los verdaderos aztecas. Resulta evidente que, entre otras cuestiones, un relato así les permitió obtener legitimidad en el acceso y posesión de un espacio que formalmente no les pertenecía, pero al que tenían un derecho otorgado por la pertenencia a lo divino.

Residir en lo que era poco más que un promontorio en un lago de manera alguna les venía a ser extraño, pues conservaban en su memoria el haber vivido con anterioridad en condiciones similares, en un medio lacustre.

Sin embargo, tendría que transcurrir cerca de un siglo para que se empezara a concretar la parte brillante de la promesa que los había llevado hasta ese sitio.

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