jueves, 20 de noviembre de 2008

10. La ciudad de los soldados (Siglo 16)

A lo largo del primer siglo del período colonial, la ciudad refleja el temor de un levantamiento de la población indígena, frente a la cual se encontraban en franca minoría. Este sentimiento se manifestó en la arquitectura, las edificaciones más importantes acentuaban en mayor grado las funciones de resguardo y defensa, en detrimento de las de residencia. Antes que moradas semejaban fortalezas
Mientras en Europa se iniciaba el esplendor del renacimiento, la sede de los poderes de la Nueva España adquiría rasgos feudales y, debido al material utilizado de manera predominante, la piedra, era monocromática.
Ciertos autores denominan este período como el de la Ciudad de los Soldados, calificativo muy adecuado, que nos permite entender algunas de las determinaciones que se tomaron en esa época. Empero, para que se expresaran estos rasgos, en principio fue necesario resolver un problema, la selección del sitio donde iba a ser emplazado el nuevo centro urbano, al igual que el de la configuración que asumiría en el terreno elegido.
10.1 La Traza
Concluida la conquista de la ciudad mexica, Hernán Cortés, superó una discusión respecto al sitio donde se debería de levantar la capital del nuevo territorio español. La opinión mayoritaria era en el sentido de establecerla en tierra firme, en Tacubaya proponían algunos, otros en Tacuba y no faltó quien dijera que lo más conveniente sería hacerlo en Cuauhnáhuac (Cuernavaca). Abonaban sus razones la experiencia que tenían respecto a la manera como había caído la ciudad, el lugar tenía múltiples desventajas, y su fragilidad con propósitos de defensa era por demás evidente.
Hernán Cortes esgrimió un argumento contundente. Les hizo saber que ahí se había asentado una ciudad que se hizo temer y respetar por los pueblos ribereños y los que se encontraban más allá. Si ocupaban ese espacio, con toda seguridad harían despertar los mismos sentimientos. Cuenta además la previsión de no dejar un vacío que podría dar lugar a futuras reivindicaciones de los entonces derrotados.

Para concretar la decisión que se había tomado, era indispensable disponer de los servicios y habilidades de alguien que tuviera los conocimientos necesarios para plantear sobre el terreno, concretar en la realidad, los ordenamientos emitidos por los monarcas españoles.

No debe de olvidarse que, de acuerdo con Woodrow Borah18, entre 1492 y 1600 fueron fundadas alrededor de 300 poblaciones. Algunas de ellas tuvieron una existencia precaria, como ocurrió con el primer centro urbano del imperio español en América, La Española, o en Cuba, Puerto Rico y Jamaica. La causa, la extinción de los aborígenes.

La experiencia recabada en la materia fue integrada en las Ordenanzas de Pobladores de 1573, así como en la Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias de 1682.

En estas disposiciones, se establecieron ciertos requisitos a cumplir tocante a las características físicas del sitio elegido. Uno de ello llama la atención, el que restringe la edificación en lagunas ó en lugares pantanosos, pues no se tomó en cuenta para el caso de la Ciudad de México.

El modelo general es tomado del damero, el tablero del juego de las damas o el ajedrez. El cuadro central lo debería ocupar un espacio con objetivo militar, como se desprende de su nombre, la Plaza de Armas. De los costados partirían sendas calle, y dos de cada una de las puntas. En los alrededores, se recomendaba edificar portales, para el tránsito y resguardo de las inclemencias del tiempo. Se determinaba que en las inmediaciones de dicha plaza se ubicaría la expresión material de los poderes supremos: El templo más importante, la sede del Ayuntamiento y la residencia del representante del Rey.

Los lugares adyacentes al corazón de la urbe, el de mayor prestigio y relevancia, serían otorgados a quienes demostraran tener los méritos suficientes. y posteriormente a quienes los solicitaran.
En una fecha incierta, tanto así que pudo haber ocurrido entre el otoño de 1521 y el verano de 1522, o hasta el año siguiente, Alonso García Bravo, urbanista no tan improvisado, pues tenía la experiencia previa de haber diseñado la Villa Rica de la Vera Cruz, recibió del recién constituido Ayuntamiento la encomienda de llevar a cabo la traza de la nueva población. Para llevar a cabo esta tarea, se auxilió de Bernardino Gálvez de Tapia y de dos indígenas cuyos nombres nadie se preocupó por recoger.

En una fecha incierta, tanto así que pudo haber ocurrido entre el otoño de 1521 y el verano de 1522, o hasta el año siguiente, Alonso García Bravo, urbanista no tan improvisado, pues tenía la experiencia previa de haber diseñado la Villa Rica de la Vera Cruz, recibió del recién constituido Ayuntamiento la encomienda de llevar a cabo la traza de la nueva población. Para llevar a cabo esta tarea, se auxilió de Bernardino Gálvez de Tapia y de dos indígenas cuyos nombres nadie se preocupó por recoger.

García Bravo, a quien le debemos la delimitación de la Ciudad de México, no formó parte del contingente que salió de Cuba. La casualidad, o el destino, lo llevó a incorporarse a la aventura. Era un sobreviviente de la expedición del Gobernador de Jamaica, Francisco de Garay, quien pretendía conquistar el Pánuco. Uno de los buques, en el que iba nuestro personaje, había naufragado en las costas de Tamaulipas. Sabedor de la presencia de un contingente de españoles, se presentó ante Cortés, quien lo incorporó a sus fuerzas en Tepeaca. Al paso de los días, exhibió un conocimiento poco común entre sus pares, el de la ciencia dedicada al estudio de la extensión, lo que motivó el sobrenombre de “geómetra”, y que no pasó desapercibido para sus superiores.

Al iniciar sus labores, se enfrentó a las siguientes limitantes: 1) Existían elementos de la ciudad prehispánica que no podían dejarse de lado, como las calzadas, que funcionaban además como ejes ordenadores; 2) Hernán Cortés se había apoderado de los predios de las Viejas y las Nuevas Casas Reales, de grandes dimensiones, desigual alineación y que tenían que ser respetados; 3) Además, había que tener en cuenta la vía de agua que bordeaba el límite sur de la plaza, a la que los españoles llamaron Acequia Real, y que prestaba imprescindibles servicios para el transporte.

Alonso García de Bravo tomó los ejes como guías. Eligió el mercado como el cuadro central del damero, destinándolo para la Plaza de Armas, y la delimitó al este con el eje Tepeyac-Iztapalapa. Preservó la Acequia Real para cerrar la plaza al sur, y con paralelas a estos primeros trazos obtuvo los bordes norte y oeste. Con esta base, pudo dar las guías para las dimensiones que tendrían las manzanas y trazar las calles, a las cuales les dio una anchura de 14 varas, aproximadamente 11.69 metros.

La ciudad que resultó de sus esfuerzos tiene los siguientes límites: En el norte, las calles de Perú, Colombia y Lecumberri; el oriente, las de Alhóndiga, Santísima y Leona Vicario; al poniente, el Eje Central; y San Pablo, San Jerónimo y Vizcaínas en el sur. La traza, pensada para alojar en exclusiva a los españoles y la residencia de los nuevos poderes, deja en su exterior a la población indígena, distribuida en cuatro barrios, que conservaron los nombres anteriores, éstos fueron, en el orden de las manecillas del reloj: San Sebastián Atzacualco, San Pablo Zoquiapan, San Juan Moyotlán y Santa María Cuepopan.

Terminada la traza, se erigió el primer edificio construido en la Ciudad de México, que tuvo funciones múltiples, ya que era al mismo tiempo fortaleza, almacén y embarcadero, del cual no existen vestigios, fuera de algunas descripciones escritas. Conocido desde su puesta en operación en 1524 como Las Atarazanas, palabra árabe que significa fortaleza, su propósito fue el asegurar un refugio en caso de un eventual levantamiento de los sometidos, así como una salida, que se facilitaría con los bergantines utilizados por Hernán Cortés en su asedio a la ciudad mexica, los que permanecieron varios años en el muelle.

En el año de 1525, se estima que residían en la nueva urbe 30,000 personas, contándose 104 manzanas, 25 calles y 7 plazas, todo ello en una superficie de 1.86 kms2.

Aunque quedan pocos restos materiales de estos tiempos, algunos vestigios quedaron al descubierto en el rescate del Templo Mayor, la resolución que aplicó Alonso García Bravo, al conciliar los preceptos y la realidad física, trasciende hasta nuestros días.
La distribución que se le encomendó, y que llevó a su concreción en el corazón del nuevo centro urbano, sigue vigente. Ahí está la plaza, al suroeste el recinto del Ayuntamiento, al norte la Catedral, y donde estuvo una de las dos residencias de Hernán Cortés, el Palacio Nacional. Todo ello sobrepuesto a un diseño más antiguo, que a su vez resume una tradición que nos lleva a Teotihuacan.

Todo eso, con los ojos de la historia, lo podemos visualizar si nos colocamos en el centro de la Plaza de la Constitución. Persisten las bocacalles de las arterias que confluyen al Zócalo, aún en embrión en la traza, como la de la actual Avenida 20 de Noviembre. De entre todas las salidas y entradas, en el diseño de Alonso García Bravo, falta tan sólo la del 5 de Mayo, que se prefiguró hasta el siglo siguiente.

10.2 Sitios de interés
10.2.1 La Plaza Mayor
Las dimensiones que le dio Alonso García Bravo fueron de 246 metros de ancho por 367 de largo, mismas que conservó en los primeros cinco años. Además de constituirse en el cuadro central del damero, su primera y más importante función fue el disponer de un espacio en el que, ante cualquier emergencia, sobre todo la temida sublevación de la población indígena, se pudieran reunir los habitantes. Se le concibió con un sentido militar, por lo que se le llamó Plaza de Armas, un lugar en el cual se pudieran efectuar demostraciones de fuerza. La vocación original de ser un área comercial, que viene de la época prehispánica, se reafirmó hacia 1533, cuando el cabildo le dio en concesión a Gonzalo Ruiz la parte poniente, casi la mitad de la superficie, para que en ella funcionaran cajones o tiendas19.

10.2.2 Edificio del Ayuntamiento
De acuerdo con el precedente de la Villa Rica de la Vera Cruz, debió haber sido constituido en forma casi inmediata a la caída de México-Tenochtitlán, durante el verano de 1521. Prueba de ello es que, en su Tercera Carta de Relación al monarca hispano, fechada el 15 de Mayo de 1522, Hernán Cortés le hace saber de la fundación de la ciudad, así como de haber procedido a nombrar a regidores y alcaldes. Dos años después, el 4 de julio de 1523, Carlos V le “concedió por armas de la ciudad un escudo azul, símbolo de la laguna, un castillo dorado en medio y tres puentes de piedra que dan al castillo; en cada uno de éstos, un león levantado, con los pies en el puente y las manos en el castillo, como símbolo de la victoria de los españoles”, todo ello orlado “con diez hojas del tunal, y de remate, la corona” 20.

En tanto se llevaba a cabo la traza, el gobierno citadino se estableció en Coyoacán. Posteriormente, el gobierno de la ciudad se alojó en la residencia de Hernán Cortes, construida en el predio ocupado por las Casas Viejas, el Palacio de Axayácatl de los tiempos prehispánicos. En 1528 acabaron los trabajos del recinto destinado al despacho de los asuntos citadinos, sobre la esquina suroeste de la plaza de armas y a un lado de la Acequia Real. Conforme a los temores de la época, su aspecto era el de un baluarte. Disponía de portales, a los que se conocía como “de la Diputación”. En la parte trasera se ubicó la cárcel y la oficina del encargado del abasto de carne. Fue incendiado durante el motín del 8 de junio de 1692.



10.2.3 El Palacio Real
Hasta 1562, el representante del monarca, la máxima autoridad de la colonia no dispuso de una residencia propia, razón por la cual los primeros gobernantes tuvieron que hospedarse y despachar los asuntos del reino en la casa de Hernán Cortés, que, como se dijo anteriormente, se levantó en el predio del Palacio de Axayácatl.

En ese año, Martín Cortés, heredero del conquistador, vendió el predio que habían ocupado las Casas Nuevas de Moctezuma Xocoyotzin, y pudo por fin edificarse el Palacio Real. Afín a la arquitectura de la época, semejaba una pequeña fortaleza almenada, erigida sobre una porción, quizás la tercera parte, del predio donde actualmente está el Palacio Nacional. Al sur se encontraba la Plaza del Volador, sitio en el que no hubo construcción alguna desde la época prehispánica, que permaneció así casi hasta el fin de la colonia y que desde 1934 se destinó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En 1596, la sede del Virrey, y de la Real Audiencia, experimentó una ampliación, que lo extendió hasta la calle de Moneda, y le dio una fachada plateresca. Fue destruido en el motín de 1692 y reconstruido en su totalidad un año más tarde.

10.2.4 La Catedral
El terreno concedido a la iglesia principal de la ciudad se ubicó al norte de la plaza, sobre las ruinas del Templo del Sol y el Tzompantli o muro de las calaveras, en el que los mexicas colocaban los cráneos de los sacrificados.

Sorprende el hecho de que, a diferencia de lo que ocurrió en otras localidades fundadas por los españoles, no se le hubiera otorgado el lugar donde estuvo previamente el recinto religioso prehispánico más importante, en este caso, el Templo Mayor. Los trazos de Alonso García Bravo tuvieron que respetar el predio del antiguo palacio de Moctezuma II, apropiado por Cortés, lo que llevó a nuestro urbanista a tomar como cuadro central del damero la antigua plaza mexica.

La catedral que tenemos a la vista es la segunda. La antecedió un templo de tres naves, construido entre 1525 y 1532. Tenía un techo de dos aguas, una torre con campanario y tuna orientación diferente a la actual, la fachada daba hacia las Casas Viejas, quizás para que Hernán Cortes pudiera ingresar sin desviar sus pasos una vez que saliera de su residencia. Conforme a la tradición, el atrio fue utilizado como cementerio. La edificación del nuevo templo se inició en 1573, y llevó el resto del período colonial, pues los trabajos encontraron término hasta el año de 1813. Ambas coexistieron hasta 1626, cuando ocurrió la demolición de la más antigua.

10.2.5 Los Portales
A un lado del Ayuntamiento, pasando la Callejuela, antecedente de la Avenida 20 de Noviembre, se encontraba el Portal de las Flores, en un edificio ocupado en la planta baja por tiendas y por habitaciones en los pisos superiores. Su nombre deriva de que ahí, por donde pasaba la Acequia Real, eran desembarcadas las flores cultivadas en el sur del Valle. Otra versión lo hace provenir del apellido de su primera propietaria, la Sra. María Marroquín y Flores, aunque también se asegura que más bien se llamaba María Gutiérrez Flores de Caballerías.

La primera versión del Portal de Mercaderes, al poniente de la plaza, se encontraba en una edificación que empezó a levantarse hacia 1524. De acuerdo con la norma, fue pensado como un lugar de tránsito, pero desde el comienzo los dueños decidieron rentar los espacios a escribientes, sastres, calceteros y otros artesanos. En la planta baja, además, estaban varias tiendas, lo que le dio el nombre al portal, pues en ellas se expendía una diversidad de mercaderías de una calidad tal que venían a ser, junto con los cajones de la plaza mayor, donde operaba el comercio de lujo.
10.2.6 Palacio del Arzobispado
A mediados de 1524 hicieron su entrada triunfal a la ciudad de México la docena de seguidores de San Francisco, que precedieron a las otras dos órdenes religiosas, los dominicos y los agustinos, que hicieron efectiva la conquista espiritual del nuevo territorio21. A las tres se les concedieron solares dentro de la traza. El de mayores dimensiones fue el otorgado a los primeros, quienes, en un acto de humildad, lo eligieron en los linderos.

A finales de esa década, se formalizó la jerarquía del clero secular sobre el regular, con la designación del primer obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, quien tuvo que regresar a la madre patria en 1533 para su consagración. Antes de su muerte, ocurrida en 1548, el Papa Paulo III lo elevó al rango de Arzobispo. Tuvo por sede la Catedral y su aposento a unos pasos de la misma, en lo que vino a ser la calle de Moneda, enfrente de lo que fueron las Casas Nuevas de Moctezuma, residencia de Hernán Cortés y ahora Palacio Nacional. El llamado Palacio del Arzobispado fue levantado sobre el Templo de Tezcatipoca, con las características predominantes de la época, pues su aspecto, acentuado por torres, era también el de una fortificación. En el Siglo 18 adquirió la apariencia actual, al sujetársele a una remodelación ordenada por el Arzobispo José Antonio Vizarrón.

10.2.7 Primera universidad
Fundada en 1551 por Cédula Real de Su Majestad Carlos V y sancionada como Pontificia por el Papa Clemente VIII, deambuló en las cercanías de la Plaza Mayor, hasta encontrar su ubicación definitiva en el costado oriental de la Plaza del Volador. En la esquina de las calles de Seminario y Moneda, una placa nos informa que ahí se localizó en primera instancia22.


10.2.8 Primera imprenta
No existe pleno acuerdo respecto a donde y quien dio a luz el primer libro impreso en la América Española. Se acepta, sin embargo, que, a instancias del Virrey Antonio de Mendoza y del obispo Fray Juan de Zumárraga, en 1539 llegó a México el italiano Giovanni Paoli o Juan Pablos, quien instaló su taller en la Casa de las Campanas, en la esquina noreste de las calles de Licenciado Verdad y Moneda, cerca del ex-Templo de Santa Teresa la Antigua22.

10.2.9 La picota
Con escasas referencias, enfrente del Portal de las Flores y de lo que llegó a ser el Palacio Real, se encontraba la picota, símbolo de la justicia, en la que se exhibía a los delincuentes para que fueran víctimas del escarnio público y en la que se efectuaban las almonedas públicas. Fue colocado ahí en 1554, después de múltiples discusiones, pues nadie quería tenerlo en colindancia.
10.2.10 Otros aspectos
10.2.10.1 Abasto de agua
Al principio, se pensó traerla de Churubusco, pero en 1528 se decidió hacerlo de Chapultepec, para ello se construyó un caño que concluía en una fuente de la Plaza Mayor, siguiendo el trayecto del antiguo acueducto indígena. Entre 1571 y 1576 una nueva cañería aprovecharía el agua de Santa Fe. Tiempo después, se conducirían por acueductos, de los que no queda más que el recuerdo.

10.2.10.2 Inundaciones
El modelo urbano impuesto rompió el equilibrio que existió entre la ciudad mexica y su entorno, obtenido por el sistema que integraban las calzadas, los diques y las acequias. La construcción de la nueva ciudad, que requirió de una considerable cantidad de madera, y su posterior funcionamiento, en la que fue utilizada como combustible, propició la deforestación de las zonas arboladas. Contribuyó al deterioro la aparición de una actividad desconocida, la ganadería, y el desarrollo de una agricultura con cultivos que no existían con anterioridad.

Ya en el Siglo 17, Enrico Martínez, y a principios del 18, Alejandro de Humboldt, señalaron el trastorno al sistema hidráulico de la Cuenca del Valle de México, ocasionado por el desmonte de los bosques. A partir de 1550, la ciudad se vio amenazada por las inundaciones, con una periodicidad de casi veinticinco años. En tres cuartos de siglo, ocurrieron cinco de estos desastres y desde la primera se empezó a hablar de la necesidad del desagüe23.

10.2.10.3 La alameda
Viene a ser uno de los paseos de mayor antigüedad y permanencia en la historia de la Ciudad de México. Data de 1595, su construcción se debe al Virrey Luis de Velasco hijo. Su objetivo aparente fue el dotar a la ciudad de un sitio de esparcimiento. Sin embargo, varias fuentes señalan que la intención oculta está motivada, de nuevo, por el miedo a una factible rebelión de la población indígena. De haber ocurrido ésta, al estar la ciudad rodeada por las aguas, existían pocas posibilidades de escape. Por ello, se decidió desecar el lado poniente, dado que ahí era menor la profundidad del lago y la tierra firme estaba más cerca. En el mismo sentido, es lo que impulsa el ensanchamiento de la antigua Calzada México-Tacuba, lo que explica la denominación de uno de sus tramos como la Ribera de San Cosme.

Por iniciativa de Don Luis de Velasco hijo, fueron sembrados álamos, lo que da fundamento a su nombre. El exceso de humedad de los suelos impidió la adaptación de esta especie, sustituyéndose más adelante por sauces y fresnos. Tenía la forma de un cuadrado y la mitad de la superficie actual. En el Siglo 18, con el Virrey Carlos Francisco de Croix, la Alameda adquirió las dimensiones con las que la conocemos.
10.2.10.4 Una madre compasiva
A diez años de la caída de México-Tenochtitlán, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, se gesta un mito fundador de la nacionalidad mexicana: el Guadalupanismo. Se dice que en sus comienzos fue un culto de gente humilde, de los naturales. No es momento de revivir una polémica tan antigua como lo es la veneración a esta advocación de la Virgen María, y que se planteó dentro de la misma Iglesia, entre aparicionistas y antiaparicionistas. Es sabido que las alusiones que hacen los cronistas, sobre todo los franciscanos, son negativas y descalificatorias24.

La complejidad que emerge de la simplicidad aparente de la historia de las apariciones, sus evidencias materiales, entre otras la imagen en la tilma y el portador del mensaje, al igual que el momento en el cual se suscitó, en medio del desaliento de los vencidos, impulsaron su rápida expansión. El fervor terminó por convertirlo en el corazón del catolicismo mexicano y en el primer fenómeno, casi el único, donde coexisten con armonía las dos ramas que nos dan origen. Todo ello, en menos de veinticinco años.

Es importante hacer referencia a este hecho sancionado por el peso de los siglos, no solo por tratarse de un acontecimiento relevante en la historia de la ciudad. También debe citarse por una razón muy simple, ocurrió en esta parte del territorio nacional, y es un factor que refuerza el centralismo que la caracteriza, además de que marcó una tendencia de crecimiento físico, hacia el norte.

10.2.10.5 Ciudad oscura
Aunque la viéramos con los ojos de Cervantes de Salazar o la visión maravillada de Balbuena, la ciudad se sumergía casi en la total oscuridad cuando caía la tarde y era luna nueva. No contaría con alumbrado público hasta muy entrado el Siglo 18. Para atenuar un poco las sombras, alguna disposición estableció la obligación a los negocios, como mesones o tiendas, de mantener en el exterior un hachón, pero éste se apagaba, por lo general, mucho antes de la medianoche.

A partir de las 10 u 11 de la noche, las tinieblas solo se veían interrumpidas, de cuando en cuando, por el paso de algún sacerdote que acudía a llevar el viático para algún enfermo, o de una partida de aguaciles.

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