sábado, 6 de mayo de 2017

Las vías de comunicación en la Ciudad de México en los informes presidenciales de ALM



Hace ya muchos años, cuando daba clases en la Ibero, una de mis alumnas en la noble institución de la Compañía de Jesús, cuyo nombre se lo ha llevado el Alzheimer, me regaló un libro que se encontraba en la biblioteca de su casa y el cual reúne los seis informes rendidos por el Presidente Adolfo López Mateos, como suele decirse, al comparecer ante la soberanía del Honorable Congreso de la Unión. Al parecer, vestigios de recuerdos indican que la progenitora de mi discípula se había desempeñado en el equipo secretarial del segundo mandatario mexicano nacido en el Siglo XX.
 
Este ejemplar ha ocupado un espacio entre mis libros desde hace más de 20 años, sin que lo tomara en cuenta, fuera de utilizarlo para esconder billetes de $20 en previsión de alguna emergencia, o algún recuerdo de incursiones por bares y lugares proscritos de la urbe. 
 
De manera reciente, por alguna razón que sólo explica la madre de todos los vicios, estuve revisándolo. Me acordé de tiempos lejanos, cuando el 1º de septiembre era el Día del Presidente, de asueto obligado en el sector público. Los informes rebosan de cifras y grandes realizaciones. ¡Qué tedio era el escucharlos! Lo único que parecía valer la pena es que esa fecha era el pretexto para holgazanear. Bueno, no para todos, ya que muchos tenían que ir a hacer vallas y otros tenían que escucharlo in situ. De éstos últimos no me apeno, pues en realidad el estar presentes, inamovibles, era una de las pocas obligaciones que tenían que cumplir, a las cuales se sumaba el consabido besamanos en Palacio Nacional. 
 
El Presidente competía contra sus predecesores y, avanzando el sexenio, contra sí mismo. Mientras más cifras tuviera, y mayor tiempo llevara la exposición justificadora de su quehacer, mejor. Los acuciosos y oficiosos cronistas resumían el impacto señalando las veces que la lectura del Mexican State of the Nation había sido interrumpido por los aplausos de la mal llamada clase política y de los representantes de la oligarquía convocados al evento, o bien de la duración que había tenido.
 
Aficionado a la historia de esta ciudad ubicada en la región menos transparente del aire, al revisar el citado libro, busqué lo relativo a las menciones que hace el prócer mexiquense, en cada informe, de lo realizado en beneficio de los habitantes de la urbe y que aparece en una sección intitulada Departamento del Distrito Federal.
 
No olvidemos que, en aquellos tiempos, el Presidente tenía la facultad de nombrar a quien se conocía como Regente del Departamento del Distrito Federal, por lo que tenía que incluir en su formal informe lo que, en el período correspondiente, se había hecho en tal demarcación. Tampoco es prudente dejar de mencionar que, en dicho sexenio, el responsable de la Regencia del DDF era quien más tiempo ha permanecido al frente del gobierno de los capitalinos: el sonorense Ernesto P. Uruchurtu, llamado por sus panegiristas el Regente de Hierro y, por quienes estuvieron de acuerdo con él de omitir su apellido paterno (Peralta), El hombre de las cuatro U´s.
 
Adolfo López Mateos tuvo la fortuna de gobernar un México que, desde el punto de vista político, económico y social, ha desaparecido en muchos aspectos. Así mismo, parafraseando a José López Portillo y Pacheco, al hombre nacido por casualidad en San Francisco Atizapán le tocó conducir la nave de los destinos nacionales en un mar internacional, en términos económicos, en muchas maneras compatible y favorable con el llamado Desarrollo Estabilizador.
 
Además, lo hizo con el concurso de mexicanos metidos al quehacer político de estatura excepcional, sobre todo si los comparamos con sus actuales símiles. ¿Qué gabinete presidencial no se enorgullecería de contar con los servicios de personalidades como Ernesto Peralta Uruchurtu, o bien como Antonio Ortiz Mena, Rodrigo Gómez, Javier Barros Sierra y, sobre todo, Jaime Torres Bodet?
 
En los informes presidenciales de Adolfo López Mateos, en la sección relativa al entonces Distrito Federal, se hace la mención a las respuestas que se pretende aplicar para la solución de diversos problemas de la urbe capitalina, que en gran parte siguen siendo los mismos: el hundimiento de zonas de la urbe, la dotación de servicios como agua potable y drenaje, el transporte, el abasto, la vivienda, etc.  
 
Lo que me llamó la atención es lo que sus informes rendidos ante el Congreso de la Unión nos dicen respecto a las vías de comunicación. Como se verá en la siguiente relación, varias de las arterias vitales de la urbe fueron concretadas en aquel entonces. Con Adolfo López Mateos, uno de mis Presidentes favoritos en el indagar sobre las cualidades de quienes nos han gobernado, que ha sido mi pasión desde que pretendí ser un sociólogo al amparo de la Historia, se trazaron, o en algunos casos, se continuaron, las líneas del desarrollo urbano de esta grandiosa monstruosidad que es ahora la Ciudad de México.
 
Una pregunta que no he podido resolver aún es si la decisión de trazar tales rutas fue en respuesta de una situación dada, o fue en anticipación racional ante lo que vendría después. El caso es que fue una decisión relativamente inteligente, oportuna en su momento y que, desafortunadamente, propició que la mancha urbana siguiera los pasos de lo que marcaron tales rutas.
 
El primer informe
Al comparecer ante el Congreso de la Unión, el 1º de Septiembre de 1959, párrafos después de haber señalado que “La grandeza de la ciudad de México y el desarrollo del Distrito Federal plantean ingentes problemas, día con día”, López Mateos apunta que: “se trabaja aceleradamente para la conversión de la calzada de Tlalpan en vía de circulación continua”.
 
Quizás por tratarse del informe que cubre los primeros 9 meses de la administración, la referencia al punto que nos ocupa es en verdad escueta, poco menos de dos líneas, donde se hace saber de las labores para convertir a la calzada de Tlalpan, la vía de comunicación cuyo diseño prehispánico nos permite calificarla como la de antecedentes más antiguos de la Ciudad de México, en una especie de vía rápida.
 
Por curiosidad, buscando algún señalamiento, se revisó el 6º y último informe del antecesor de López Mateos. El Presidente Ruiz Cortines, en un documento plagado de cifras millonarias relacionadas con obras llevadas a cabo en el Distrito Federal, se limita a dar vagos indicios, tales como, textualmente: “En construcción, reconstrucción y conservación de avenidas, pavimentos, banquetas y pasos a desnivel. 72 millones durante 57 - 58.

En el sexenio 408 millones, incluidos 194 de los nuevos ejes viales.”
 
El segundo informe
El 1º de Septiembre de 1960, el Presidente Adolfo López Mateos, al rendir su segundo informe de gobierno, dando cuenta de un período que ya es su total responsabilidad, puntualiza: “Fueron entubados los ríos de La Magdalena y Consulado, y sobre ellos se construyen dos importantes vías de comunicación: la primera entre Avenida Universidad y Puente de Sierra; la segunda entre Avenida Insurgentes Norte y el Puerto Aéreo.”
 
 Más adelante, el Primer Magistrado de la Nación señala: ”En julio se abrió el primer tramo –entre la Plaza de la Constitución y el Viaducto de La Piedad- en la nueva Calzada de Tlalpan, convertida en vía de circulación continua, prolongada en la Avenida Pino Suárez, que se amplió para permitir una circulación de 5 carriles. En este mes se pondrá en servicio el segundo tramo que llega al río Churubusco. La inversión ha sido de $150 000 000.” 
 
Posteriormente, se hace mención al hecho de que: “Se iniciaron los trabajos en la construcción de la rama poniente del anillo periférico del Distrito Federal. Esta nueva arteria unirá las carreteras de Querétaro y de Toluca con la supercarretera de Cuernavaca, ligando ésas con la de Puebla a través del viaducto del río de la Piedad. Esta vía será de circulación de alta velocidad, y contará con tres fajas en cada sentido, beneficiando a diversas colonias proletarias localizadas en su trayecto. Su longitud, desde la calzada del Conscripto hacia el poniente, para seguir al sur paralela a la vía del ferrocarril de Cuernavaca, hasta la intercomunicación de San Jerónimo y el río de La Magdalena, será de 15 1/2 kilómetros, contando con los necesarios pasos a desnivel y para peatones.”
 
En el primero de estos tres párrafos se pone de manifiesto la contribución que han hecho las corrientes acuáticas, es decir, antiguos ríos y canales, al sistema vial de la Ciudad de México, percibido incluso en la conservación de la denominación que ha prevalecido en la nomenclatura de las avenidas que pasan encima de los tramos entubados. Tal es el caso de lo que se ha calificado como el único río vivo que persiste en la capital mexicana, el Río de La Magdalena, y la indudable cita que se hace del Río del Consulado, corriente artificial entubada originalmente en 1944.
 
Por otra parte, en el segundo párrafo citado, López Mateos señala que en julio de 1960 se abrió a la circulación el tramo que comunica de manera continua (salvo algunos semáforos existentes en la zona central) el Zócalo con el Viaducto Río de la Piedad, bautizado en sus orígenes con el nombre del Presidente que construyó e inauguró la primera vía de inspiración californiana de la Ciudad de México, Miguel Alemán Valdés, construida igualmente sobre el entubamiento de una preexistente corriente acuática.
 
Resulta conveniente señalar la mención que se hace de la ampliación a cinco carriles de la Avenida Pino Suárez. 
 
En el mismo sentido, debe de resaltarse la alusión al inicio de la construcción de la rama poniente del Anillo Periférico, la cual se diseñó pensando en conectar las carreteras de Querétaro y de Toluca con las supercarreteras de Cuernavaca y Puebla, y que en esta parte transcurriría de la Calzada del Conscripto hasta la intercomunicación de San Jerónimo y Río de La Magdalena.
 

El tercer informe
No debe dejar de anotarse, y hacer del conocimiento la entrada que tiene esta porción del documento: “El Gobierno del Distrito Federal sigue atendiendo, sin omitir esfuerzos, la solución de los problemas de dicha jurisdicción, agravados por un crecimiento extraordinario de la población. Este hecho se deriva de una inmigración creciente de personas que vienen a radicarse de la capital de la República, en especial de los estados circunvecinos. En consecuencia, la exigencia de mejores servicios públicos y la ampliación de los mismos para la satisfacción de las necesidades de la colectividad, se convierte en una tarea permanente y cada vez más difícil.”
 
A continuación, el carismático Presidente apunta que: “Con el propósito de resolver los apremiantes problemas que aquejan a los grandes conglomerados que habitan en las colonias proletarias del Distrito Federal, han sido intensificados los programas de trabajos para dotar a estos centros de población de los servicios públicos esenciales para vivir dignamente. Redes de agua potable, pavimentos, alumbrado, escuelas, avenidas y mercados son las obras que el Gobierno del Distrito Federal ha venido realizando con acrecentada eficacia en la periferia de la ciudad, en beneficio de la población humilde que es la más necesitada.”
 
En el propósito principal de esta pieza, transcribimos lo que salió de la boca de Adolfo López Mateos en ocasión de esta tercera comparecencia: “El plan de mejoramiento vial sigue realizándose con tesón. Los trabajos terminados recientemente son el segundo tramo de la Calzada de Tlalpan entre los ríos de La Piedad y Churubusco; la Avenida Río de La Magdalena entre la Avenida de la Universidad y la Unidad Independencia; la Avenida Central en la colonia Las Águilas; la Avenida Río del Consulado entre Insurgentes Norte y el Boulevard del Puerto Aéreo. Actualmente se construyen el Anillo Periférico que ligará las carreteras de Querétaro, Toluca y Cuernavaca en forma directa, y las de Puebla y Veracruz, a través del Viaducto de la Piedad; la Avenida Río de San Joaquín, que unirá la carretera de Querétaro con la confluencia de las Avenidas Ejército Nacional y Mariano Escobedo; la ampliación y prolongación de la Avenida Santa María la Redonda, que conectará San Juan de Letrán con las calzadas de La Ronda y Vallejo.”
 
El Presidente López Mateos, además de hacernos saber las principales preocupaciones de su gobierno relativas al Distrito Federal, nos hace saber de la existencia de un plan de mejoramiento vial, el cual continuaba llevándose a cabo con fuerte impulso.
 
Al respecto, destaca que ha sido concluido el segundo tramo de la Calzada de Tlalpan, que va, así lo dice, del río de La Piedad al de Churubusco. De la misma manera, nos hace saber que ya está en operación la Avenida Río de La Magdalena, entre la Avenida Universidad y la Unidad Independencia, al igual que la Avenida Río del Consulado, en el trazo que va de Insurgentes Norte y Boulevard Puerto Aéreo. 
 
Relevante es el dato que aporta en el sentido de que continúa la construcción del Anillo Periférico, orientado a enlazar las carreteras de Querétaro, Toluca y Cuernavaca en forma directa, en tanto que las que van a Puebla y Veracruz lo harán a través del Viaducto Río de La Piedad.
 
Destacamos la información acerca de que entre esas obras se incluye la Avenida Río San Joaquín, destinada a vincular la carretera de Querétaro con la confluencia de las Avenidas Ejército Nacional y Mariano Escobedo, trayendo a nuestra memoria la época en la cual las glorietas proliferaban en la siempre bella urbe capitalina, en este caso la desaparecida Glorieta de los Hongos, obra del arquitecto Enrique Martínez del Campo. 
 
Por último, no deja de llamar nuestra atención la cita que López Mateos hace de una obra ubicada en el corazón del Centro Histórico: la ampliación y prolongación de una parte del ahora Eje Central, que va de la Avenida Santa María la Redonda a la conexión las Calzadas de La Ronda y Vallejo. 

El Cuarto informe
En su cuarta comparecencia ante el Congreso de la Unión, el año en el cual, tradicionalmente, en un México de añoranza, el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos se encontraba en el cenit de su poder, el 1º de Septiembre de 1962, Adolfo López Mateos, después de su protocolaria presentación, afirmaba, “La paz, la libertad y el espíritu de  trabajo imperan en la República”. Robándonos el título de entrañable película, no queda más que decir: ¡Ay qué tiempos aquellos Señor Don Simón!
 
Líneas más adelante, nuestro admirado Primer Magistrado Adolfo López Mateos, junto con Isidro Fabela y Gustavo Baz Prada, lo único rescatable del negado e inexistente Grupo Atlacomulco, apunta en la introducción a lo realizado por el Gobierno Federal en el espacio territorial desde donde se rige a la nación: “Es primordial empeño del Ejecutivo dar plena solución a los problemas urbanísticos del Distrito Federal; el mejoramiento y ampliación de servicios se realiza con preferencia de aquellos que beneficien al mayor número de habitantes. La población del Distrito Federal estimada al presente es de 5 500 000, con lo cual día son más complejos los problemas colectivos y requieren cooperación suma para resolverlos”.
 
En el propósito central de esta recolección, en dicho documento se pone de manifiesto: “El sistema vial ha mejorado con las siguientes obras: Avenida Anillo Periférico, conectada con el Viaducto Piedad; éste se prolongó desde la Calzada de Tlalpan hasta la Calzada Ignacio Zaragoza de nueva construcción, entre Río Churubusco y la Autopista a Puebla; Avenida Río San Joaquín con ramal hasta Cuatro Caminos; Calzada de los Misterios, que liga la glorieta de Peralvillo con la Avenida Insurgentes Norte; Avenida de San Fernando, que comunica la Calzada de Tlalpan con la Avenida Insurgentes Sur; las Avenidas Santa María la Redonda, Morazán, Coyuya y Paso y Troncoso fueron prolongadas con las nuevas grandes arterias de la Ciudad.
 
“Las obras que favorecen directamente a 83 colonias implicaron la inversión $ 104 000 000. Se entregaron títulos de propiedad a 2 000 colonos.
 
En abierto y merecido elogio al eficiente Regente Uruchurtu, el Presidente no omite señalar: “Eficaz y empeñosa ha sido la atención dada por el Departamento del Distrito a todos y cada uno de los servicios municipales. El esfuerzo realizado, de preferencia en la periferia de nuestra urbe, responde al propósito programado de elevar las condiciones de vida de más de 3 000 000 de habitantes que residen en las colonias populares y delegaciones, llevando hasta ellos obras y servicios de primer orden.”
 
En  esta comparecencia, López Mateos da cuenta de que el plan de mejoramiento vial de la concentración urbana, origen del nombre y de la existencia de esta nación, va en el curso correcto. El Anillo Periférico cumple su misión de interconectar la red de carreteras centralizadas en el famoso Kilómetro 0, pues mediante la prolongación del Viaducto del Río de la Piedad desde la Calzada de Tlalpan hasta la Calzada de Zaragoza (que atraviesa una de las mayores concentraciones urbanas de la Metrópoli construida sobre terrenos inhóspitos del Vaso de Texcoco), aclarando que ésta última se encuentra en construcción, permitirá llegar con facilidad a la Autopista de Puebla. 
 
Refiriéndose a otros rumbos de la ciudad, cita que la Avenida Río de San Joaquín tiene un ramal que se prolonga hacia Cuatro Caminos, en tanto que lo realizado en la Calzada de los Misterios permitirá ir de la glorieta de Peralvillo a la Avenida Insurgentes Norte.
 
En el sur, López Mateos, nos da un dato que le agradecemos: está abierta la Avenida San Fernando, que abrirá el tránsito entre la Calzada de Tlalpan con Insurgentes Sur. En tanto que, en el centro y el oriente del Distrito Federal, la prolongación de las Avenidas Santa María la Redonda, Morazán, Coyuya y Francisco del Paso y Troncoso permitirá su enlazamiento con las nuevas arterias de la ciudad. 

El quinto informe
Poco antes de resolver de manera tan irresponsable el problema de la sucesión presidencial, pensado por un servidor en relación al futuro de un país que parecía conocer y querer tanto, Adolfo López Mateos reitera, refiriéndose a lo que su gestión ha hecho en relación al Distrito Federal: “El programa de obras y mejoramiento de servicios en el Distrito Federal tiende al beneficio de todos y cada uno de sus habitantes.”
 
En lo que nos ocupa, manifiesta que: “Prosigue la tarea de dar máxima fluidez al tránsito y a la rápida transportación dentro de la cada vez más dilatada capital.
 
“A este propósito quedaron abiertas las siguientes avenidas: Río de Churubusco, con extensión de 12 y medio kilómetros; antiguo Canal de Miramontes, con 7 y medio kilómetros; segundo tramo del Anillo Periférico, entre Barranca del Muerto y San Jerónimo, con 4 y medio kilómetros; pasos a desnivel sobre la Avenida Insurgentes Norte en el cruce con la Calzada de Nonoalco y en torno al Monumento de la Raza; ampliación de la misma Avenida Insurgentes entre Ribera de San Cosme y Calzada San Simón.
No deja de indicar que: “Dotadas con la mayor amplitud y con obras complementarias, estas realizaciones no sólo cumplen funciones de vialidad, en provecho de todos los habitantes y visitantes de la ciudad, sino también han resuelto problemas de higiene y urbanismo, pues han regenerado vastas zonas que antes eran focos de insalubridad.”
 
Pese a su breve referencia, es valiosa la información que aparece en el tercer párrafo citado del penúltimo informe presidencial de López Mateos. Nos hace saber que están abiertas a la circulación, de automóviles, rutas tan importantes como Río Churubusco y el antiguo Canal de Miramontes.
 
Al igual, es de manifestar gratitud en relación al dato acerca del tramo del Periférico que va de Barranca del Muerto a San Jerónimo. Habría que esperar al siguiente sexenio, en cumplimiento de las exigencias del Comité Olímpico Internacional para atender los requerimientos exigidos para otorgar a nuestro país la sede de la incomprensible XIX Olimpiada, la prolongación de esta importantísima vía hasta Cuemanco.
 
 
El sexto informe
El 1º de septiembre de 1964, Adolfo López Mateos cumplió, por última vez el mandato constitucional de informar al Congreso de la Unión acerca del estado que, para entonces, guardaba la Administración Pública Federal.
 
Tocante al sistema de comunicación interna del Distrito Federal, señala:
 
“En este año, las avenidas terminadas y las que están por terminarse suman 45 kilómetros. La más importante es la prolongación del Paseo de la Reforma hasta la Glorieta de Peralvillo, con 6 kilómetros de longitud, que regenerará dilatadas zonas laterales y que ha implicado la ampliación de las calles de Rosales, Hidalgo, Puente de Alvarado y Valerio Trujano, esta última para ligar al Paseo con la Avenida Hidalgo; la Calzada Ermita-Iztapalapa se prolongó hasta el entronque con la autopista de Puebla; la de San Juan de Aragón, entre la antigua carretera de Pachuca y la Unidad Habitación de ese nombre.
 
“Otras nuevas avenidas son la Calzada de Vallejo, prolongación de San Juan de Letrán, de la Calzada de la Viga y de Cuauhtémoc; Río de la Magdalena, Pacífico, Canal de Santa Coleta, Oceanía y Eduardo Molina.”  
 
Adolfo López Mateos, en su formal despedida del cargo que había asumido en diciembre de 1958, cuando todo el país estaba ya a la espera de lo que haría el sucesor, cita en el breve formato, que se le permitía en ese entonces, una serie de referencias de la mayor importancia.
 
Primero, es la mención a la segunda prolongación de la avenida porfiriana, herencia de Maximiliano, indudablemente, a pesar de su origen y las consecuencias que tuvo para el desarrollo de la Ciudad de México, la ruta urbana más cercana a lo sublime de México: el Paseo del Emperador, o de la Emperatriz, el Paseo de la Reforma. Alguien ha dicho que esta obra tuvo la intención de comunicar de mejor manera el desarrollo habitacional de mayor envergadura, no sólo del sexenio, sino de un tiempo que se prolonga hacia la nada.

Situado en un sitio pletórico de signos funestos para nuestra historia como pueblo, como patria, la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco fue una de las insignias del sexenio. Se dice que la tercera extensión del Paseo de la Reforma, al cual también se le dotó de glorietas y de las estatuas de los próceres provincianos, cuyos gobiernos de las entidades de origen habían ignorado la propuesta de Francisco Sosa, fue para comunicar de manera más eficiente al nuevo desarrollo.

No omite puntualizar que, además, ello implicó la ampliación de las calles de Rosales, Hidalgo, Puente de Alvarado y Valerio Trujano.

De la misma manera, en el oriente de esta amada ciudad, sobresale su indicación de que la Calzada Ermita-Iztapalapa se había entroncado con la autopista de Puebla. En el noreste de la urbe, la Calzada San Juan de Aragón ligaba la Unidad Habitacional del mismo nombre con la antigua carretera a la capital hidalguense.
 
Como si fuera una pieza musical, esta sinfonía de realizaciones concluye con la alusión a un conjunto de nuevas avenidas, determinantes en el funcionamiento de la capital mexicana, como la Calzada de Vallejo, o la prolongación de San Juan de Letrán, la Calzada de la Viga, o bien, Cuauhtémoc, Río de la Magdalena, Pacífico, Canal de Santa Coleta, Oceanía y Eduardo Molina.”
 
Este es el resultado del análisis del testimonio formal, obligado por su mandato, que rindió un hombre a quien, como en cualquier otro caso, su actuar político lo puso al frente de la mayor encomienda a la cual aspira un político mexicano, incluida en ésta lo que, en aquellos tiempos quedaba bajo su responsabilidad: lo que acontecía en la sede material de lo que se definió desde tiempos añejos como el Distrito Federal, con un antecedente más remoto, entonces y ahora, la bellísima e inconmensurable Ciudad de México.
 

viernes, 17 de julio de 2015

Caminando otra vez por Insurgentes

Se ha dicho que Insurgentes es la avenida “más grande del mundo”. Aunque esto puede ser discutible, lo que sí puede afirmarse, es que Insurgentes es la calle en cuyo recorrido se encuentran diseminadas evidencias que nos hablan de todas las etapas de desarrollo de la Ciudad, desde el Siglo XIV, en el cual se sitúa, hacia el año 1325, la fundación de capital del dominio de los Mexicas, hasta el día de hoy.
 
 
Además, este horizonte puede ampliarse hasta antes de los principios del primer milenio, ya que encontramos a su vera los antecedentes de lo que ha sido considerado el primer centro urbano del Valle de México, Cuicuilco, con lo cual la perspectiva que se alcanza a lo largo de esta vía es de más de dos mil años.
 
El propio desarrollo de Insurgentes, que adquiere su nombre hacia el año de 1953, nos va reflejando el de la propia ciudad, determinado en principio por las comunicaciones de la capital hacia el norte y el sur del país.
 
De esta manera, por ejemplo, la parte septentrional está en función de las estaciones de tres concesiones ferroviarias cuyos patios de maniobras y estaciones estuvieron en las cercanías de Insurgentes (Colonia, Buenavista y Nonoalco), las cuales conducían hacia destinos fronterizos y a Veracruz, saliendo del Valle de México por lo que viene a ser su salida natural.
 
Hacia el sur, tenemos la salida para Acapulco, cuyo camino, originalmente, partiendo del corazón de la urbe, utilizaba la ruta más antigua de la Ciudad, es decir, tomaba la Calzada de San Antonio y Tlalpan, seguía por Coyoacán y San Angel, llegando a lo que se conocía como San Agustín de las Cuevas (Tlalpan).
 
En el pasado, Insurgentes Sur fue una vía llamada Calzada de las Guardias, que, atravesando los antiguos ranchos y haciendas, llegaba a San Angel.
 
A lo largo de aproximadamente 28 Km de largo (medidos sobre mapa) esta avenida es casi un museo vivo del transcurrir histórico y cultural de la urbe. Comenzando por las estatuas que Alejandro Casarín esculpió hacia 1890, representando los señores mexicas Izcoatl y Ahuizotl, y que anduvieron por otras partes de la Ciudad (Reforma y el Paseo de la Viga), hasta que en 1938, se les colocó donde en lo que era el inicio de la carretera a Laredo.
 
Ahí permanecieron muchos años, y tiempo después parecían extraviadas en el tráfago de una de las estaciones del Metro de mayor afluencia. Nos referimos a los Indios verdes, nombre coloquial que les puso el pueblo por haber adquirido esta coloración al exponerse al medio ambiente y que hace poco tiempo, después de una rehabilitación fueron situadas en un parque público.
 
El recorrido continúa por el tramo en el cual Insurgentes tiene una mayor anchura y el aspecto de una vía rápida, que transcurre bordeada a los lados por una franja que semeja un arbolado jardín interminable. Esta porción fue adecuada paralelamente a la prolongación, hacia 1979, de la Línea 3 del Metro (Universidad-Indios Verdes). Por cierto, en los terrenos de la terminal Indios Verdes se establecieron, hacia 1946, los Estudios Cinematográficos Tepeyac
 
Además de las comunicaciones ferroviarias y carreteras, influye también la localización de la Basílica de Guadalupe, ya que Insurgentes pasa en las inmediaciones del santuario donde, según narra el Nican Mopohua, se dieron las apariciones de Nuestra Señora del Tepeyac en Diciembre de 1531.
 
Esta zona, del lado de la Basílica, se fraccionó en el período 1920-1940, y la contraparte, donde se encuentra la Col. Lindavista, a mediados del Siglo XX. En esta zona, tuvieron lugar las experiencias inmobiliarias del empresario norteamericano Teodoro Gildred.
 
Más adelante, en el cruce con el Circuito Interior, donde existió antiguamente un canal llamado Río Consulado, se levanta, simulando una pirámide, el Monumento a la Raza, del Arq. Luis Lelo de Larrea, inaugurado en 1940, época en la cual se edificó igualmente el Hospital, que por la cercanía, lleva también el nombre de la Raza.
 
Viene a continuación un sitio cargado de historia, escenario por lo general de hechos funestos, ocurridos en el pasado lejano y reciente, obra del Arq. Mario Pani, que vino a ser el mayor proyecto habitacional del Siglo 20 y, con seguridad, la obra urbana sobre superficie de mayores dimensiones en todo el país, el Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco, con sus más de 11 mil departamentos. Tlatelolco nos remite a la derrota final del pueblo mexica en 1521, al violento desenlace del movimiento estudiantil del 68, así como a la tragedia provocada por los sismos de Septiembre de 1985. En contrapartida, un recuerdo de indudable luminosidad es que en los antiguos parajes del Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco, se filmó la película "Los Olvidados", de Luis Buñuel.
 
Entramos ahora a la zona de ferrocarriles del porfiriato. Después del puente y el paso a desnivel, podemos observar el sitio en el cual se construyó la primera terminal ferroviaria de la Ciudad, la Estación de Buenavista, ésta se ubicaba en el lugar donde ahora se alza la Delegación Cuauhtémoc, factura de una pareja de arquitectos que ha tenido un gran éxito en trabajos conjuntos: Abraham Zabludowsky y Teodoro González de León.
 
De ahí partían los trenes con destino a Veracruz y, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, al centralizarse en una nueva edificación todas las líneas existentes, el nombre fue adoptado por la ya desaparecida terminal ferrocarrilera del Valle de México, subsistiendo en la actualidad en las estacines finales del tren suburbano y de la Línea B del Metro.
 
En las cercanías, aparecen las oficinas nacionales del PRI, construidas en los años climáticos de esa organización política. El inmueble está ahí desde 1963, con un mural de mosaico de piedras, realizado por Fernando Epens, el artista que diseño el escudo nacional.
 
Sobre la misma calle, a dos cuadras de Insurgentes, tenemos otro testimonio, valioso de la época porfiriana, con su estructura de fierro a la vista, El Chopo, originalmente llamado Palacio de Cristal o de la Exposición Japonesa, cuyas partes fueron fundidas y maquinadas en Alemania, habiendo sido armadas en México bajo la dirección del Ing. Luis Bacmeister. Fue inaugurado en 1904 por el propio Presidente Porfirio Díaz.
 
Unos cientos de metros más adelante, pasando lo que fue la antigua Calzada México-Tacuba, una de las vías de mayor antigüedad en la Ciudad, ya que su trazo data de la época de México-Tenochtitlán y con un poco de imaginación podemos visualizar la atropellada huída de las huestes de Hernán Cortés en el episodio conocido como la Noche Triste, nos topamos con los años treinta.
 
Sobre la calle de Gómez Farías, a la izquierda con respecto a nuestra dirección, está la mole que rinde homenaje al estallido social de 1910, destino final de lo que iba a ser el Palacio Legislativo del Porfiriato, el Monumento a la Revolución, del Arq. Carlos Obregón Santacilia, a quien se debe su actual configuración; data su nombre de 1938, y cabe señalar que nunca se le inauguró formalmente.
 
Antes de llegar a nuestra siguiente parada, al final de la cuadra, se encuentra el Monumento a la Madre, obra del escultor Fernando Luis Monasterio, inaugurado el 10 de Mayo, del año de 1949, por el Presidente Miguel Alemán, en las inmediaciones de lo que fue la Estación Colonia, operada por el Ferrocarril Nacional Mexicano, con salidas a Nuevo Laredo, pasando por Toluca y Acámbaro, con un ramal a Guadalajara. La calle de Sullivan nos recuerda el nombre del James Sullivan, empresario norteamericano que recibió la concesión para construir el ferrocarril México - Nuevo Laredo durante el gobierno de Manuel González (1880 - 1884), el cual se inaguró finalmente en 1887
 
Estamos ya cerca de del cruce de una vía muy importante para Insurgentes, la más suntuosa no sólo de la capital, sino de toda la República, el Paseo de la Reforma. Porfirio Díaz develó el conjunto escultórico llamado el Monumento a Cuauhtémoc, en medio del tráfico citadino, en raras ocasiones tenemos ocasión de admirar los resultados de la conjunción de esfuerzos de ese puñado de artistas encabezados por Francisco Jiménez, Miguel Noreña y Gabriel Guerra.
 
En mucho, el Paseo de la Reforma influyó sobre el desarrollo de Insurgentes, propició la aparición de colonias como: la Cuauhtémoc y la joya urbanística del Porfiriato, la Juárez, conocida mejor en este tramo, sobre todo la parte derecha como la Zona Rosa, bautizada así por el pintor José Luis Cuevas, en los sesenta.
 
Pocas veces, cuando pasamos por ahí, llegamos a pensar en lo complejo que resultó la solución urbanística al encuentro de tres avenidas (Oaxaca, Chapultepec e Insurgentes) y lo que precipitó una solución parisino-porfiriana al paso de la primera línea del Metro puesta en operación en 1969, ese submundo urbano que es la Glorieta Insurgentes.
 
No debe de olvidarse que ahí cruzaba el acueducto construído en el Siglo 18, que provenía de Chapultepec. Transcurriendo este paso, que exigió la compleja articulación de las mencionadas vías, en una solución técnicamente insuperable, caemos de lleno, a otra colonia porfiriana: la Roma.
 
Avanzamos unas cuadras y lo que a primera vista es un remanso, el Jardín Juan Rulfo, nos evoca una de las varias huellas que podemos rastrear en esta vía de los terremotos de 1985. Tampoco puede dejarse de lado que ahí estuvo una de las casas que habitó María Antonieta Rivas Mercado.
 
Tras el cruce con la Av. Yucatán, se levanta un viejo monstruo, el poco conocido, pero imponente, Condominio Insurgentes, y enfrente, lo que Edgar Tavares califica como una de las joyas del Art Déco, el Edificio Picadilly, de 1932.
 
Un elemento fundamental de la Av. Insurgentes, que también contribuyó definitivamente a su configuración actual, en el cruce con la Av. Sonora, es la primera sucursal que decidió instalar Sears en la Ciudad de México y cuya primera llamada de atención nos las dio un ingeniero agrónomo, Edmundo Flores, quien en su "Tratado de Economía Agrícola", nos dijo que tal decisión marcaría irremediablemente a Insurgentes y, en cierto sentido, a la Ciudad entera. (Según se indica en dicha fuente, esta determinación se tomó en 1949, adquiriendo los terrenos de lo que fue la sede del Colegio Americano).
 
A partir de entonces, se precipitaría no sólo un intenso cambio en el uso del suelo de los terrenos a la diestra y a la siniestra de Insurgentes. Aparecerían entre las tendencias metropolitanas, lo que Claude Bataillon calificó como la ruptura del centro tradicional.
 
Después, podemos contemplar el Conjunto Aristos, de Jose Luis Benlliure Galán, diseño que se adelantó a su época, ya que data de 1957. En la esquina anterior, la obra de José Creixell, un hombre que se había distinguido más como calculista que como arquitecto, y por ello se jactaba de lo sólido que fueron sus obras.
 
En el cruce con Av. Baja California, se encuentra un conjunto que ocupa toda una manzana y donde sobresale lo que fue el Cine Las Américas, que se debe al principal promotor del funcionalismo, el Arq. José Villagrán.
 
Hasta principios de los años 20, Insurgentes, que aún no se llamaba así, llegaba hasta la Glorieta Chilpancingo, sitio donde concluía una de las líneas del tranvía y de la cual hasta hace muy poco quedan algunos restos de las vías.
 
En la dirección que llevamos, a la derecha de la Glorieta Chilpancingo, se encuentra el Edificio Armillita, denominado así por haber pertenecido al torero Armillita y que es obra del Arq. Francisco Serrano.
 
Unas cuadras más adelante, se encuentra el cruce con la primera de las vías rápidas de la Ciudad de México: el Viaducto Presidente Miguel Alemán, bautizado así en honor de quien gobernó al país entre 1946 y 1952, habiéndolo inaugurado un año antes del fin de su mandato.
 
En 1950, el mismo Presidente puso en funcionamiento la adecuación de la actual Av. División del Norte, que corre sobre la antigua Av. Acueducto, donde hacia los años 20 se había puesto en operación un acueducto que traía agua de los manantiales de sur, aparentemente de Xochimilco.
 
Pasado este cruce, atravesamos los linderos de las colonias la Nápoles y la Col. Del Valle que se deben a uno de los más notables fraccionadores del Siglo XX,: José G. de la Lama, cuyos herederos vendieron el terreno donde se encuentra uno de los símbolos, en todo sentido de la Ciudad y del país: el que fue pensado originalmente como un gran hotel: The World Trade Center, iniciado hacia el año de 1967 y que aún no concluye en su totalidad. Lo que si estuvo muy a tiempo fue: el Polyforum Cultural Siqueiros.
 
Subsisten en esta zona algunos de los edificios de la época, algunos muy transformados, otros definitivamente desaparecidos como la Quinta Californiana que se localizaba en la Col. Nápoles, cerca del cruce con el Eje 5.
 
Dos grandes vestigios de un pretendido proyecto denominado Ciudad de los Deportes, se nos presentan a continuación a una y dos cuadras de Insurgentes; datan de 1945: el actual Estadio Azul, el segundo de su tipo con el cual contó la Ciudad, y la Plaza México, ésta sí, la más grande del mundo.
 
Ambos escenarios, se construyeron aprovechando los socavones que dejó la explotación del material utilizado por las ladrilleras de la Ciudad, como ocurre con el oficialmente llamado Parque Luis G. Urbina y al cual desde el principio, allá por 1924, fue bautizado popularmente como el Parque Hundido.
 
Enfrente, transcurriendo una pequeña cuadra, se nos aparece el Siglo XVI, declarada ya patrimonio histórico de la urbe: la Capilla de San Lorenzo. Más adelante, tenemos a la izquierda, la sucursal Liverpool Insurgentes que nos da cuenta de ese proceso metropolitano, denominado la ruptura del centro tradicional, y que se encontraba ya muy avanzado en los años en los cuales se edificó, cuando una serie de actividades dejaron de estar concentradas en el viejo distrito comercial del ahora Centro Histórico.
 
Estamos ya en lo que fue la Glorieta Manacar, donde atraviesa la parte sur del Circuito Interior, sobre lo que anteriormente fuera otro río. Aquí se ubicó hasta hace poco, y ya dividido en varias salas, el primer cine, que junto con el Diana, constituyó en su momento una propuesta novedosa en la exhibición cinematográfica.
 
Y más adelante, la última obra de Diego Rivera, en el Teatro de los Insurgentes. Posteriormente, continúan una serie de edificios de importantes arquitectos mexicanos representativos de la segunda mitad del siglo XX como, Ramírez Vázquez, González de León y Díaz Infante.
 
Después de la Col. Florida, avistamos el Monumento a Álvaro Obregón, proyectado por Enrique Aragón, donde dos estatuas gigantescas flanquean la puerta, representando a la industria y la agricultura; el conjunto escultórico del norte representa al pueblo en armas y el del sur a la paz conquistada por la Revolución, siendo factura del notable escultor Ignacio Asúnsolo.
 
En esta parte, nuestra avenida pasa sobre lo que fue la huerta del Convento del Carmen o Convento de San Ángel (Siglo XVII).
 
En los confines de la zona de San Ángel, y en las inmediaciones de Ciudad Universitaria, como si fuera un anticipo de lo que viene a ser su mayor contribución al entorno citadino, se ubica el Homenaje a Rufino Tamayo, de Teodoro González de León.
 
Concebido como un eje rector del proyecto original de CU, la Avenida Insurgentes atraviesa el campus de Ciudad Universitaria, considerada la muestra más representativa de la arquitectura mexicana de mediados del Siglo 20 y que, como sabemos, ha sido elevada al rango de Patrimonio Universal de la Humanidad. En esta parte de nuestro paseo, se aprecia el célebre Estadio Olímpico, decorado por Diego Rivera, la Rectoría, la biblioteca donde Juan O´Gorman realizó el mosaico de piedras naturales “más grande del mundo”, los murales en relieve de Siqueiros, hechos para eso, para ser vistos desde un transporte en movimiento y luego el Centro Cultural Universitario donde, del lado poniente, nos recibe un mural en mosaicos de Carlos Mérida.
 
Al cruzar Periférico, destacan tres esculturas abstractas monumentales de la famosa Ruta de la Amistad organizada por el Arq. P. Ramírez Vázquez para revestir la Olimpiada México 68 (Polonia, España e Italia).
 
Transcurrida esta ruta de nombre extraño, pues está lejos de ser un anillo que bordea la periferia de la Ciudad, siendo más bien un gigantesco circuito interior, entramos a lo que es la última parte de este viaje.
 
Del lado derecho, tenemos un legado de los XIX Juegos Olímpicos, la Villa destinada al alojamiento de los equipos deportivos que participaron en la justa y que serían comercializado al concluir ésta.
 
A la izquierda, se observa la incorrectamente llamada Pirámide de Cuicuilco, ya que está lejos de corresponder a esta figura geométrica, y que es la parte que sobresale del centro ceremonial, emergiendo del manto de lava arrojado por la erupción del Xitle, un cono subsidiario del Ajusco que acabó a principios de nuestra era con lo que se ha considerado fue el primer asentamiento urbano en el Valle de México. Más que una pirámide, se trata de una estructura de tres cuerpos circulares superpuestos, que tiene entre tantas cosas, el mérito de ser el inicio de la arquitectura ceremonial en esta parte de nuestra patria y anticipa la orientación que tendrían edificaciones posteriores, como la Pirámide del Sol en Teotihuacan o el Gran Teocalli (mal denominado Templo Mayor) de México Tenochtitlán.
 
Esta parte de Insurgentes va sobre terrenos del antiguo San Agustín de las Cuevas, lugar notable en la época colonial y en el siglo antepasado, por lo benigno de su clima y la abundancia de agua, razones que lo llevaron a ser un lugar de descanso y paseos, así como una zona atractiva para instalar residencias de adinerados, monasterios, fábricas y hospitales.
 
Al final del recorrido nos encontramos con un conjunto escultórico muy representativo, pues se trata de un homenaje a aquellos ingenieros, técnicos y peones que comunicaron nuestro país, proyectando y construyendo sus caminos. Levantado hacia 1956, el Monumento al Caminero, factura del escultor Ramiro Gaviño, quien dispuso de la colaboración como talladores de David y Joaquín Gutiérrez, viene a ser el punto que marca el fin de esta notable vía y el de nuestra caminata. Este sintetizado catálogo de puntos que toca la Avenida de los Insurgentes, en su transcurrir, nos puede dar una idea de la cantidad de interesantes e importantes temas que se pueden desarrollar en pro de la información de calidad y la cultura amena y entretenida.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Índice

1. Introducción

2. Cronología Preliminar
2.1 La conquista
2.2 La ciudad de los soldados
2.3 La ciudad de los colonos
2.4 Las reformas borbónicas
2.5 La guerra de independencia
2.6 El período de anarquía
2.7 El fin de la ciudad religiosa
2.8 El esplendor del porfiriato
2.9 La revolución mexicana
2.10 Aparición de las tendencias metropolitanas
2.11 Y la ciudad se convirtió en una metrópoli
2.12 La ciudad contemporánea
2.13 Cuadro sinóptico de la cronología de la Ciudad de México

3. El significado del nombre de México
3.1 De cómo el nombre pasó de una etnia a denominar un país
3.2 Campo de significados
3.3 El gran mito

4. Conceptos fundamentales
4.1 Distrito Federal
4.2 Área Urbana de la Ciudad de México
4.3 Zona Metropolitana de la Ciudad de México
4.4 Megalópolis
4.5 ¿Es la Ciudad de México la más grande del mundo?

5. El marco geográfico
5.1 Los escenarios nacionales
5.2 El México nuclear
5.3 La Cuenca del Valle de México

6. Los primeros pobladores
6.1 De la edad de piedra a la vida sedentaria
6.2 El primer centro urbano y ceremonial: Cuicuilco

7. Modelos de Ciudades
7.1 Teotihuacán
7.2 Tula

8. México-Tenochtitlán
8.1 Los modestos orígenes
8.2 Relación de tlatoanis
9. La conquista
9.1 Los augurios funestos
9.2 Del lado de los europeos
9.3 Con rumbo a México-Tenochtitlán
9.4 La campaña sobre México-Tenochtitlán

10. La ciudad de los soldados (Siglo 16)
10.1 La Traza
10.2 Sitios de interés
10.2.1 La Plaza Mayor
10.2.2 Edificio del Ayuntamiento
10.2.3 El Palacio Real
10.2.4 La Catedral
10.2.5 Los Portales
10.2.6 Palacio del Arzobispado
10.2.7 La primera universidad
10.2.8 Primera imprenta
10.2.9 La Picota
10.2.10 Otros aspectos
10.2.10.1 Abasto de agua
10.2.10.2 Inundaciones
10.2.10.3 La alameda
10.2.10.4 Una madre compasiva
10.2.10.5 Ciudad oscura

11. La ciudad de los colonos (Siglo 17)
11.1 Caracterización general
11.2 El desagüe y la gran inundación de 1629
11.3 Reminiscencias de México-Tenochtitlán
11.4 Oficios y comercios
11.5 La educación
11.6 El acueducto de San Cosme
11.7 La sublevación de 1692
11.8 Las castas
11.9 Los virreyes
11.10 Las malas palabras

12. La Ciudad de México en la época de las reformas borbónicas (Siglo 18)
12.1 Visión de conjunto
12.2 Rasgos arquitectónicos
12.3 Ciudad religiosa
12.4 Agua y acueductos
12.5 Combustibles y alumbrado
12.6 Abasto de bienes de consumo
12.7 Suministro de víveres
12.8 Las plazas de la ciudad
12.9 Algunos virreyes notables

13. La Ciudad de México durante la guerra de independencia (1808-1821)
13.1 Consideraciones generales
13.2 Foro de una discusión
13.3 Amenaza de Hidalgo
13.4 La Plaza de la Constitución
13.5 La conclusión de la catedral metropolitana y Manuel Tolsá
13.6 El paso de José María Morelos
13.7 Escenario de una conspiración

14. El período de anarquía (1821-1876)
14.1 Perspectiva global
14.2 La capital constitucional
14.3 Nombre popular a la plaza mayor
14.4 Una nueva acepción al vocablo colonia
14.5 Arbolado del zócalo
14.6 Los conflictos externos
14.6.1 La primera intervención francesa
14.6.2 La guerra del 47
14.6.3 La segunda intervención francesa
14.7 Secularización de los bienes eclesiásticos
14.8 Los trenes

15. En tiempos de Don Porfirio (1876-1911)
15.1 Para entrar en materia
15.2 Rasgos arquitectónicos
15.3 Delimitación del Distrito Federal
15.4 Las obras del desagüe
15.5 Las nuevas colonias
15.6 El sistema ferroviario
15.7 Los signos del progreso
15.8 La escultórica pública
15.9 Algunos edificios notables
15.10 Rasgos acuáticos

16. …Y vino la Revolución (1910-1920)
16.1 Escenario en disputa
16.1.1 Renuncia de Porfirio Díaz
16.1.2 Entrada triunfal de Francisco I. Madero
16.1.3 La Decena Trágica
16.1.4 Los meses de la dictadura
16.1.5 Los campesinos revolucionarios
16.1.6 Hacia la pacificación
16.2 Deforestación del zócalo y otros acontecimientos menores

17. Los años de la reactivación (1920-1940)
17.1 Supresión del régimen municipal
17.2 Nuevas propuestas arquitectónicas
17.3 Modificación a la nomenclatura del centro
17.4 Una colonia notable
17.5 El Rey Midas de los negocios inmobiliarios
17.6 Nuevas vialidades
17.7 Ecos de la violencia revolucionaria
17.8 Conclusión de dos palacios pensados en el Porfiriato
17.9 Refugio de migrantes

18. De la ciudad porfiriana a la metrópolis
18.1 Las tendencias metropolitanas
18.1.1 La ruptura del centro tradicional
18.1.1.1 Descentralización comercial
18.1.1.2 Ciudad Universitaria
18.1.2 La industrialización
18.1.3 La expansión sobre los municipios colindantes del Estado de México

18.2 Algunos hechos dignos de mención
18.2.1 Los multifamiliares
18.2.2 Las vías rápidas
18.2.3 Crecimiento subterráneo y hacia las alturas
18.2.4 Despeje del Zócalo
18.2.5 Escultórica pública
18.2.6 Programa de construcción de mercados
18.2.7 Terremoto

19. Un recuento provisional de la ciudad contemporánea (1960-1990)
19.1 Rasgos generales
19.2 La expansión urbana
19.3 Trazo de nuevas delegaciones
19.4 Unidad habitacional de dimensiones colosales
19.5 La XIX Olimpiada
19.6 La protesta juvenil y la represión
19.7 Nuevas vialidades
19.8 El sistema del drenaje profundo
19.9 Ampliación del Bosque de Chapultepec
19.10 Los sismos de septiembre de 1985
20. A manera de conclusión

Bibliografía utilizada

1. Introducción

El presente ensayo resume lo recolectado en un curso impartido durante cerca de ocho años, en lo que fue el Programa de Integración de la Universidad Iberoamericana (UIA). La materia, llamada “Historia de la Ciudad de México” se ofrecía a estudiantes de todas las carreras en la Unidad Santa Fe, como una de las tantas optativas del tema dedicado a aspectos sociales e históricos. En el diseño original, cumplía el propósito de brindar en cada unidad de la UIA, la oportunidad de que los alumnos conocieran la historia de la región donde se encontraba asentada.

En la época en la cual se nos encomendó esta responsabilidad, la documentación era ya abundante, una simple consulta en la Biblioteca de la universidad nos daba una impresionante relación de títulos. Sin embargo, para un intento de difusión como fue concebida nuestra labor, se planteaban dos problemas. El primero de ellos era la ausencia de una obra que diera cuenta del desarrollo de la Ciudad de México, en una visión panorámica que cubriera todas las etapas, y que llegara hasta el momento actual. El segundo, la falta de conocimiento que caracterizaba a la mayoría de los integrantes de los grupos, que impedía hacer referencia a lugares, edificios, monumentos, etc., que uno creía eran identificables con facilidad. Puede ser risible, pero en uno de los semestres, cuando se disponía de una mayor variedad de apoyos visuales, varios de los alumnos ignoraban donde se encontraba la Glorieta del Metro Insurgentes.

El material existente permitió elaborar una secuencia cronológica de los períodos en los que se desglosa la historia de la urbe, en la cual el año tentativo de la fundación de la ciudad mexica, el de 1325, nos planteó varias interrogantes. La primera de ellas, el hecho de que en menos de un par de siglos, pasara de ser un villorrio a convertirse en una ciudad imperial, encontró su explicación en el hecho de que su desenvolvimiento no se dio en el vacío, pues, como se dice, de la nada, nada surge. La preexistencia de modelos urbanos, vigentes en la memoria colectiva de aquellos tiempos, cuyas ruinas materiales eran un testimonio de grandeza, como Teotihuacan, o aún en vida decadente como Tula, o el casi desconocido trazo de la capital de los tepanecas, permitieron a los mexicas disponer de los elementos necesarios para no partir de cero.

De ahí surgía otra pregunta, que nos llevaba a indagar las razones del atractivo de esta región, en la que se han asentado grupos humanos desde hace más de 20 mil años, que recorrieron los estadios evolutivos, desde la edad de piedra, pasando por la domesticación de plantas y animales útiles, sustento de la vida sedentaria, hasta llegar a la conformación de complejas organizaciones sociales.

Una respuesta tentativa la tomamos de Francois Chevalier (1), y aparece al contrastar esta región, la denominada Cuenca del Valle de México, con el contexto inmediato, el llamado México Nuclear, corazón geográfico, histórico y cultural de la patria, así como al confrontarla en el plano nacional. Esto, lo debemos reconocer, nos lleva a retomar una teoría bastante desprestigiada, pero útil para nuestros propósitos al despojarla de los elementos discriminatorios, el determinismo geográfico.

Por razones que sólo la geografía puede explicarnos, la Cuenca del Valle de México se constituye en un espacio excepcional desde el punto de vista de los recursos que concentra, esenciales para la vida humana, como son el clima, el agua, la fauna y la flora que pueden ser útiles, y que propiciaron la atracción de los migrantes desde tiempos milenarios.

2. Cronología preliminar

Al paso de los semestres, propusimos e instrumentamos un curso que situaba su inicio en el mito de la fundación de México-Tenochtitlán, y continuaba con una reflexión sobre el peso de los factores geográficos. Se hacía una revisión de los pasos dados por los primeros pobladores, hasta llegar a la descripción general de al menos dos de los modelos precedentes, Teotihuacan y Tula, haciendo énfasis en las influencias que de ellos se desprendieron.

Situados estos antecedentes, partíamos del año de 1325, y se ofrecía el desarrollo de la ciudad mexica en función de los logros alcanzados por sus gobernantes. Destacamos a Itzcoatl y a Moctezuma Ihuicamina, que llevaron a su pueblo a la independencia del señorío de los tepanecas y a una expansión territorial que les permitió hacer realidad la promesa plasmada en el mito de la fundación.

2.1 La conquista
El violento encuentro con los hombres venidos del otro lado del océano truncó el doble proceso evolutivo apenas articulado un siglo antes, dando origen a un punto de ruptura-continuidad. Los esquemas que trajeron e impusieron los conquistadores se conjugaron de tal forma con su precedente inmediato, que bien podríamos calificar a México-Tenochtitlán como un puente entre las tradiciones urbanísticas prehispánicas y las españolas. Una muestra de esto es el haber conservado parcialmente el nombre que se le daría a la sede de control del nuevo dominio que se agregaba a la corona ibérica, así como la disposición de las edificaciones centrales, reflejo de los nuevos poderes impuestos, de acuerdo con la traza ordenada por el conquistador extremeño a su técnico Alonso García de Bravo.

2.2 La ciudad de los soldados
Los primeros años de la capital virreinal nos dan cuenta del temor de sus habitantes por una sublevación reivindicatoria de los derechos usurpados, que los llevó, en pleno renacimiento, a erigir una ciudad con tintes feudales, haciendo de los edificios principales una especie de fortaleza. No resulta extraño que la primera construcción de la que se tiene constancia haya recibido el nombre de Las Atarazanas, de la que no existe más que el recuerdo que nos deja una placa colocada en el antiguo templo del leprosario de San Lázaro, y que cumplió funciones múltiples, entre otras, el asegurar un refugio y la posibilidad de escape ante una eventual rebelión. Por ello, al lapso que cubren estos años, de manera razonable, se le ha dado la calificación de la Ciudad de los Soldados, adscribiéndosele un color grisáceo.

2.3 La ciudad de los colonos
El Siglo XVII, según nos narra Francisco de la Maza2 al disiparse el miedo a un levantamiento de la población dominada, resultado de la consolidación del asentamiento de los poderes fácticos, las formas arquitectónicas se fueron suavizando. Se dio lugar a la eclosión del barroco, aparecen las cúpulas y la variedad de tonos del tezontle, en contraste con la anterior, se puede hablar de la Ciudad de los Colonos. Esta etapa se enmarca en dos momentos trágicos, el de la Gran Inundación de Septiembre de 1629 y el de la Sublevación de Junio de 1692.

2.4 Las reformas borbónicas
La siguiente centuria, el Siglo XVIII, viene a ser un período brillante para la vida de la Ciudad de México, reflejo en su parte final de las Reformas Borbónicas. El patrimonio se engrandece y muchos de sus testimonios monumentales llegan hasta nuestros días. En ese siglo llega a su clímax el barroco, cuyo final Fernando Benítez3 sitúa con exactitud en la construcción de la Capilla del Pocito, en el complejo actual de la Villa de Guadalupe. En los años postreros, se asienta un estilo arquitectónico antípoda y crítico a sus excesos, el neoclásico.

2.5 La guerra de independencia
Los años coloniales terminan con un proceso en el que la capital virreinal juega un papel relevante, aunque estuvo en buena parte ajena a sus efectos destructivos. La invasión napoleónica a la madre patria y los titubeos de los últimos Hapsburgos que nos gobernaron desde ultramar, dieron lugar a una discusión acerca de la soberanía que exacerbó a los principales exponentes del poder en la ciudad. Sabemos que esta acerba confrontación dio lugar a un golpe de mando, el cual acarreó la destitución del Virrey José de Iturrigaray, y la muerte en circunstancias no aclaradas, del regidor Francisco Primo de Verdad, el que había expuesto con mayor claridad la propuesta de un autogobierno, en tanto se resolvían las cosas en España.

Desde la perspectiva de la Ciudad de México, este acontecimiento no deja de hacernos pensar en la pérdida de una gran oportunidad de adelantarnos a la historia. Como lo es, también, el segundo hecho de la Guerra de Independencia relacionado con la vida de la urbe: la amenaza de Miguel Hidalgo, personaje maravilloso que en seis semanas efectivas logró su integración a la historia nacional. Por razones aún inexplicables, se negó a tomar la ciudad más poblada de América, en aquellos los últimos días de octubre de 1810, cuando la Diosa Fortuna le brindó en bandeja de plata la oportunidad de llegar a ser algo más que el padre de la patria.

La guerra se prolongaría casi once años más. Los insurgentes nunca volverían a tener una oportunidad similar. El más destacado de los caudillos militares que sucedió a Hidalgo, Don José María Morelos y Pavón, llegaría y atravesaría la ciudad de México, en calidad de prisionero y condenado a muerte. Otros personajes, de los que menos se podía esperar, revigorizarían un proceso que se encontraba ya al borde de la extinción y, en menos de un año, la orgullosa gema del imperio colonial español, recibiría jubilosa la entrada del Ejército Trigarante encabezado por Agustín de Iturbide en aquellos días lejanos del septiembre de 1821.

2.6 El período de anarquía
Al igual que el país, la más importante ciudad de la nación, se sumió en un marasmo durante los cincuenta años siguientes, y perdió relativa importancia dentro del sistema urbano nacional. Los historiadores del Porfiriato lo bautizaron como el Período de Anarquía. La capital resintió el efecto de los dos procesos desestabilizadores que conmocionaron al país y que tendieron a entrelazarse.

Por una parte una prolongada guerra civil, en la cual los mexicanos se dividieron en bandos que asumieron diferentes nombres: yorkinos contra escoceses, centralistas contra federalistas y, en el enfrentamiento final, liberales contra conservadores. Por la otra, agresiones del exterior, destacando dos conflictos con Francia y tres con los belicosos vecinos del norte.

Durante estos años aciagos para la patria, en los que nuestro destino pudo ser el convertirnos en un protectorado de una potencia europea, o bien en una extensión de los Estados Unidos de Norteamérica, la Ciudad de México fue el escenario de una sucesión interminable de cuartelazos, y una presa de ejércitos extranjeros.

Existen huellas, algunas profundas, de las determinaciones tomadas por personajes que asumieron el control del país, apoyados por fuerzas armadas de otras naciones acantonadas en el corazón de la nuestra, y que incidieron en su desarrollo futuro. Destaca de entre todos, Maximiliano al ordenar el trazo del ahora Paseo de la Reforma, concebido como una ruta alterna a las que llevaban al centro de la capital, desde la residencia alternativa que el austriáco se mandó construir, en el Castillo de Chapultepec.

Esta es una de las joyas, que entre otras muchas, se pueden encontrar al revisar la historia de la ciudad más grande para los mexicanos, no del mundo, afortunadamente. ¿Qué tiene Chapultepec que desde tiempos centenarios ha estado tan ligada al poder? Aquí se dio el primer asentamiento de los mexicas, y a partir de entonces, diversos relatos nos relacionan este lugar con hombres poderosos. Como los baños a los que acudían los tlatoanis, las efigies que se mandaron esculpir en sus rocas, la residencia que los mexicas le regalaron a Nezahualcóyotl en gratitud por las obras que concibió y construyó en su beneficio, el lugar donde varios de los Virreyes desearon vivir, negado en sucesivas ocasiones por los monarcas españoles. Habrá mayores referencias en páginas posteriores y quizás la pregunta pueda encontrar un esbozo de respuesta.

Y que decir de esa ruta excepcional, pensada como opción para llegar al centro citadino, conocida como el Paseo de la Emperatriz o del Emperador, retomada por un Presidente Liberal y rebautizada como Paseo de la Reforma, la avenida más hermosa de la Ciudad de México. Es un eje de prestigio prolongado posteriormente en ambas direcciones y que orientó la expansión urbana.

2.7 El fin de la ciudad religiosa
El triunfo de la República en 1867 sería el inicio de la superación del aciago período en el cual la patria estuvo a punto de perderse. La constitución del Estado Mexicano no pudo dejar de lado todo lo que la historia ha decantado en esta ciudad, y fue elegida de nueva cuenta como la sede donde radicarían los poderes federales. Recuperó su característica de centro regulador de los procesos políticos nacionales.

A partir de 1857, la desamortización de las propiedades de las comunidades religiosas dio cauce a un proceso de alta significación. En las décadas siguientes, se disolvieron los rasgos legados del período colonial. La urbe en la que, como en el conjunto de la sociedad, la Iglesia tenía una importancia excesiva, fue secularizada. La ciudad religiosa que desde la época virreinal, según nos cuenta Don Luis González Obregón4, regulaba el tránsito de las horas y la vida urbana a campanadas, desaparecería antes de que pasaran cuarenta años de la aplicación de las Leyes de Reforma.


2.8 El esplendor del porfiriato
Aunque vinieron momentos de zozobra, la capital no volvería a ser presa de una facción armada, hasta finales de 1876, al ser tomada por las tropas del General Porfirio Díaz Mori, al triunfo del Plan de Tuxtepec. En su transcurrir por las venerables calles, culmina la lucha personal del militar oaxaqueño por acceder a lo que los mexicanos consideramos el máximo cargo político. Lle costó dos participaciones fallidas en elecciones presidenciales y dos intentos de golpe militar, el segundo de ellos exitoso..

A medida que nos acercamos al fin del Siglo XIX, de manera paralela a la consolidación y ascenso climático del Porfiriato, la Ciudad de México devino en su mejor expresión, la prueba palpable de un régimen que se propuso hacer realidad la divisa enarbolada por su ala científica, de “Orden y Progreso”.

Don Porfirio Díaz Mori, al igual que otros de sus pares, digamos Don Benito Juárez o los caudillos del proceso que lo echó del poder, sucumbió ante el encanto de la ciudad, por calificar así a todo lo que nuestra historia ha venido acumulando y preservando en su espacio. Si es cierto que en los años postclimáticos de su mandato, el Presidente Díaz identificaba los estados con partes de su cuerpo, me pregunto a cual había emparentado la capital de la nación, quizás fue el cerebro, o la niña de sus ojos. Dejó una huella indeleble en el entramado urbano, viva aún en colonias, calles, elementos de la escultórica pública, entrañables en el sentir de los citadinos contemporáneos, sin importar que se trate de hijos legítimos, adoptados y entenados.

Se puede asegurar que los años que rigió los destinos nacionales conforman uno de los períodos que engrandecieron su patrimonio, sin demeritar los precedentes o subsecuentes. En la agonía de su mandato, la Ciudad de México parecía en las zonas que podían lucirse, un remedo de urbe europea, una especie de París tropical, en el que se encontraban a la vista muchos rasgos de lo que el buen gusto llamaría modernidad. En ella se aglomeraban ya cerca de medio millón de almas.

2.9 La revolución mexicana
Y vino la Revolución y a todos nos soliviantó, diría la conseja popular. A diferencia de la conmoción ocurrida un siglo antes,la Guerra de Independencia, el movimiento social de la segunda década del Siglo 20 tuvo un impacto destructivo en el haber citadino, que resintió la presencia y el acantonamiento de las diversas facciones.

En la parte inicial de esta corta pero relevante etapa, fuera de los alborotos populares que se suscitaron en los últimos días de Mayo de 1910, al conocerse la toma de Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez, por las tropas revolucionarias, nada parecía anticipar el trastocamiento que vendría al transcurrir los primeros meses de 1913. La Revolución parecía una cosa tan lejana, que no se advertía la posibilidad de que la capital llegara a ser el foro de episodios clave en la historia nacional.

Creo que ninguno de ellos le dejaría llagas tan dolorosas como las provocadas en la Decena Trágica, y en las que uno de los golpistas, el General Manuel Mondragón, tendría una oportunidad inmejorable de poner en práctica los conocimientos del arma a la que pertenecía, la artillería.

2.10 Aparición de las tendencias metropolitanas
Aquietadas las grandes aguas, los años veinte atestigüaron la recuperación de la Ciudad de México. En alguna parte de esa década, con seguridad hacia su finalización, alcanzó y rebasó ligeramente el primer millón de habitantes. Un crecimiento espectacular, que se expresó en la reactivación de la expansión urbana. Este proceso no volvería a detenerse y fue avanzando en todas direcciones. En sus inicios, la mancha cubrió con mayor velocidad terrenos rurales situados al oriente y al sur del viejo casco urbano.

Hacia el norte, a finales de los veintes y a lo largo del decenio siguiente, en las Delegaciones de Azcapotzalco y Guadalupe Hidalgo (rebautizada en 1936 como Gustavo A. Madero), se propició una ocupación de tipo industrial, favorecida en buena parte por el tendido de la red ferroviaria, cuyas rutas de salida y entrada se trazaron en el Porfiriato en esta dirección. No se puede hacer menos los apoyos de todo tipo que brindaron los regímenes emanados de nuestro movimiento armado.

Esta ola expansiva, de carácter residencial e industrial, si la vemos en la perspectiva contemporánea, traía en embrión una característica determinante en los años siguientes, los rasgos que harían de la capital una verdadera metrópoli, al rebasar los límites en los que se contuvo hasta entonces su crecimiento. No en balde quien fue cronista de la Delegación Cuauhtémoc, Don Héctor Manuel Romero, nos indicaba que hasta bien entrado el Siglo XX, la historia de la ciudad de México no era otra que la historia de dicha demarcación territorial.

Dentro del tráfago que se vivió en la reorganización del Estado Mexicano, en 1929 se concreta un nuevo esquema de control político y administrativo del espacio sede de los poderes de la Federación. Los ayuntamientos son sustituidos por 13 Delegaciones y un Departamento Central, y la designación de sus titulares se adscribe dentro de las facultades del Primer Mandatario.

2.11 Y la ciudad se convirtió en una metrópoli
Según nos dice Claude Bataillon (5), hacia 1940, la ciudad, en la que se aglutinaban ya más de millón y medio de seres, se parecía más a la heredada por Don Porfirio Díaz que a la metrópoli que surgiría al mediar el siglo pasado. Una ciudad de peatones y tranvías, sería abolida por las nuevas tendencias y ello no llevaría más de diez años.

El investigador francés rescató un descubrimiento hecho por el ingeniero agrónomo Edmundo Flores, el primero en destacar la importancia que tuvo la decisión de la empresa norteamericana Sears Roebuck de instalar su primera sucursal fuera del viejo y congestionado centro, para lo cual adquirió en 1949 los terrenos del Colegio Americano. Ello detonó no sólo la transformación de lo que, apenas cuatro años más tarde, vendría a llamarse en definitiva Avenida de los Insurgentes, sino también la consolidación de lo que Bataillon califica como “la ruptura del centro tradicional”, al dejar de ser la zona concentradora de una serie de actividades esenciales.

Por esas mismas fechas, el proceso recibe un impulso decisivo, al salir del distrito central las funciones de formación de cuadros profesionales, las que se reubicarían en una zona apartada del sur, en esa muestra portentosa de la arquitectura mexicana de la primera mitad del Siglo 20, la Ciudad Universitaria.

Al rayar el medio siglo, las tendencias metropolitanas se consolidarían en forma irreversible, al desbordar la expansión industrial los límites con el Estado de México.

Los años cincuenta acentuarían este derrotero, con la puesta en operación de las primeras vías rápidas. Queda atrás la vieja ciudad porfiriana de transeúntes y medios colectivos de transporte, y se privilegia el uso del automóvil.

Los primeros tramos del kafkianamente llamado Anillo Periférico (muchos años no fue anillo y al cerrar el círculo la periferia estaba muy lejos) propician un desarrollo urbano en Naucalpan, Ciudad Satélite concebido para la emergente clase media, e inspirado en un patrón con tinte norteamericano, de vivir en suburbios desde donde se puede acceder a las áreas centrales en pocos minutos, por caminos destinados primordialmente a los coches particulares.

En el oriente de la ciudad, sin la planeación y las ventajas de la suburbia californiana, las oleadas de migrantes inundan las tierras que dejó el desecamiento del Lago de Texcoco en el Municipio de Chimalhuacán, y dan forma al antípoda del privilegiado poblamiento del norte, al cual, con el tiempo, también se le dará un nombre compuesto, utilizando la misma palabra inicial, Ciudad, a la que se agrega el vocablo derivado del nahuatl, Nezahualcóyotl, cuyo significado, “coyote hambriento” no deja de hacernos pensar en el perfil socioeconómico del conglomerado que le dio origen.

Un elemento relacionado con las comunicaciones, que parecen ser ejes rectores dentro del desordenado crecimiento de la urbe, debe de tomarse en consideración: la ampliación de la salida a Puebla, conocida desde entonces como la Calzada Ignacio Zaragoza, estimula tanto este desarrollo como su gemelo al otro lado de la vía, allá en Iztapalapa.

2.12 La ciudad contemporánea
Estas líneas, que se esbozaron apenas en la cuarta década del siglo pasado, se profundizarían en la segunda mitad del mismo, llegando hasta nuestros días, en una marea que no parece tener fin. Cada final de las cuentas decenales, como lo constatan los registros censales, agrega al fenómeno metropolitano nuevas delegaciones y municipios.

Es difícil, en esta parte de nuestro trabajo, hacer un recuento de los acontecimientos que se extienden sobre el espacio urbano, y que desdoblan las tendencias iniciales en un nivel de complejidad inusitado. Estimamos conveniente hacer una narración desde la perspectiva del Distrito Federal, sin olvidar que integra un conglomerado, en el que la mayor parte de la superficie y de la población se encuentra ya en el vecino Estado de México.

3. El significado del nombre de México

Creo que no hay día en nuestras vidas, para los que residimos en México, en el que dejemos de ver, escuchar o leer el nombre de este país. Lo que es menos frecuente es que ello nos lleve a preguntarnos acerca de lo que significa esta palabra.

En realidad no hay una respuesta correcta. La prueba de ello es la obra escrita por el italiano Gutierre Tibón(6), quien dedicó una decena de años de su vida, aquí en México, para darnos lo que se considera el tratado más completo acerca de la denominación de nuestra patria. Se puede recorrer las casi novecientas páginas que tiene este libro y nunca encontraremos una aseveración contundente de Gutierre Tibón, que nos diga, “yo estoy convencido de que el significado definitivo es este”.

3.1 De cómo el nombre pasó de una etnia a denominar un país
El nombre refleja la vocación centralista que tiene esta gran ciudad, y ella se expresa en el hecho de que se lo dio a toda una nación. En su origen es el de un pueblo, al cual incorrectamente se le llama azteca. Si ellos lo supieran es probable que lo tomarían como una ofensa.

Según dice el relato de la peregrinación, al pasar por el actual estado de Sinaloa, cerca de Culiacán, Huitzilopotztli se les reveló y les dijo que tenían que cambiar de nombre, al de mexicas. Lo de aztecas viene del punto de donde partieron, el mítico Aztlán, “lugar de las garzas o de la blancura”, cuya localización se disputan varias partes de la República. Algunos lo ubican en la zona lacustre de Michoacán/Jalisco, otros en Mexcaltitlán, Nay., y algunos lo mandan hasta el sur de los Estados Unidos, en Nuevo México, e incluso más allá. Cuando los pobladores de las regiones por donde iban pasado, les preguntaban de donde veían, ellos respondían que de Aztlán, “entonces ustedes son aztecas”, sería la conclusión inmediata.
Después, le fue dado a una población, la cual tenía un nombre compuesto, México- Tenochtitlán, que sintetiza la señal con la que Huitzilopotztli les indicaría donde fundar la ciudad que les había prometido.

Tras la caída de la ciudad mexica, contraviniendo todas las opiniones opuestas, Hernán Cortes, decidió establecer sobre sus ruinas la capital del territorio puesto bajo el dominio de la corona española, le quitó la segunda de las palabras y la dejó sencillamente como México.

Mas adelante, al dividirse la Nueva España en porciones llamadas reinos, la que circundaba la sede de los nuevos poderes, fue conocida como el Reino de México, que se convertiría en Intendencia en la reorganización política aplicada hacia el final del período colonial.

Finalmente, la denominación se aplicó a todo un país. En una revisión que podemos hacer de documentos fundamentales en la historia de nuestra patria, la primera mención de esta palabra para referirse al país en gestación, aparece hasta el año de 1814, cuando en Apatzingán se promulga, el 22 de Octubre de 1814, el Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana.

En los Tratados de Córdoba, suscritos el 24 de Agosto de 1821, entre Agustín de Iturbide y Don Juan O’Donojú, el último Virrey, que nunca llegó con tal carácter a la ciudad, se reconocía al Imperio Mexicano como nación soberana e independiente.

El nombre adquiere carácter oficial en el primer ordenamiento constitucional que nos rigió durante la época independiente, la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada en la Ciudad de México el 5 de Octubre de 1824.

3.2 Campo de significados
En el campo de significados de la palabra México, podemos distinguir dos variantes básicas: la etimológica y la histórica.

I)La primera de ellas nos refiere a sus raíces, se trata de una palabra de origen náhuatl, respecto de la cual existen una gran variedad de interpretaciones. Podemos citar un par de ejemplos de ellas:

a)La primera es la más conocida y, de acuerdo con Gutierre Tibón, es la que tiene mayores probabilidades de ser la verdadera. Fue expuesta por Alfonso Caso, en su ensayo publicado en 1946, intitulado “El águila y el nopal”.

En esta versión, se indica que detrás del nombre existió originalmente una frase. Alfonso Caso dividió la palabra de la forma siguiente, tratando de encontrar detrás de cada sílaba un vocablo del náhuatl: ME--XI--CO. La primera sílaba proviene de "metztli" (luna), la segunda de "xictli" (ombligo o centro) y la última del apócope "co" (lugar de).

Así, México se deriva de una oración que quería decir: “El lugar que se encuentra en el centro o el ombligo de la luna”. A pesar de que la palabra fue dividida siguiendo las reglas de la gramática española, y no es la única forma de desglosarla, esta propuesta tiene fuertes apoyos, al menos los cuatro siguientes:

 De las 70 diferentes interpretaciones recopiladas por Gutierre Tibón, en 39 de ellas aparece la relación con luna, liebre, conejo o maguey, acepciones con las que se identificaba a nuestro satélite.

 En 46 lenguas prehispánicas sobrevivientes, en la actualidad existen alrededor de 60, el mencionado autor indagó en su léxico como se referían a la Ciudad de México, y en 9 de ellas se vuelve a encontrar la misma referencia.

 En la tradición oral, que va pasando de generación en generación, se indica que la llegada a esta parte del Valle de México fue en una hora de la noche, en la cual la Luna se reflejaba en el espejo lacustre, lo que pudo haber motivado la creencia de que era el lugar del centro o el ombligo de la luna.

 El lago donde se funda la ciudad, tiene el nombre de Metztliapan, que quiere decir lago de la luna, y no era casual, pues su contorno se asemejaba al de un conejo.

b) En la entrada “México-Tenochtitlán”, del Tomo 9 de la Enciclopedia de México, obtenemos el segundo ejemplo. A diferencia del anterior, se afirma que el nombre de México se originó de un solo vocablo, que en este caso es Mexitli, una manera de mencionar a Huitizilopoztli

En esta misma fuente, se indica que el significado está estrechamente interrelacionado al de Tenochtitlán, cuyas raíces son Tetl (piedra), nochtli (tuna) y tlan (terminación abundancial). La conjunción de las dos pablaras significa: “El tunal divino donde está Mexitli”, vigente en el Escudo Nacional, que en realidad es el jeroglífico de México-Tenochtitlán. El águila representa al sol, a las fuerzas diurnas que sostienen una lucha con las de la noche, expresadas por la serpiente, en tanto el tunal es el árbol de los corazones humanos, necesarios para alimentar al astro rey y con ello propiciar su victoria.

II)La segunda variante del campo de significados es la que encontramos desde la perspectiva histórica. Hace referencia a un pueblo insignificante, de origen oscuro, que provino de una región hasta hoy ignota, Aztlán, donde estaban sometidos por los verdaderos aztecas, los señores del lugar. Siguiendo el llamado de un dios tutelar, abandonaron el legendario sitio, en una fecha igualmente desconocida. En su relato la hicieron coincidir con la de la caída de Tula, para aparecer como sus naturales sucesores, es decir, alrededor del año 1165.

Llegaron al Valle de México hacia el año de 1276, a un territorio que estaba densamente ocupado, por pueblos que se les habían adelantado y que poseían porciones variables de la tierra, como los xochimilcas, los colhuas, los acolhuas, los chalcas y los tepanecas, los que coexistían en un frágil equilibrio político y militar.

Se establecieron al principio en Chapultepec, bajo la autoridad del Señor de Azcapotzalco, en el dominio de los tepanecas, donde según se dice vivieron una generación. Al finalizar ese siglo, fueron reprimidos por haber provocado problemas, al realizar incursiones a localidades ribereñas con el objeto de mujeres. Esta era una costumbre de los indios del norte, para ganar prestigio y, sobre todo, renovar las sangres.

Después del escarmiento, fueron separados. Los líderes quedaron bajo la vigilancia del Señor de Culhuacán y el resto fue mandado a Tizapán, lugar donde proliferaban alimañas, con la intención de que éstas los eliminaran. Lejos de ocurrir esta situación, los mexicas superaron la prueba e incluso se alegraron de encontrar algo que comer en aquel inhóspito lugar.

Al paso del tiempo, los mexicas adquirieron fama y prestigio por su belicosidad. Sus rasgos distintivos están materializados en los dos adoratorios que colocan invariablemente en lo alto del Templo Mayor, uno dedicado a Tláloc y el otro a Huitilopotztli. El primero rige los ritos agrarios, el segundo lo que tiene que ver con la guerra, se trata de campesinos guerreros. Dada la precaria estabilidad existente en el Valle de México, sus servicios fueron requeridos en múltiples ocasiones.

Hasta nuestros días llega la narración de sucesos que muestran este carácter agresivo, a los ojos occidentalizados, de suma crueldad. Se recuerda lo acontecido cuando auxiliaron a Coxcox, el Señor de Culhuacán, en su guerra contra los xochimilcas. Al concluir el combate, se presentaron ante él, y después de escuchar burlas y ofensas por acudir sin prisioneros, en muda respuesta vaciaron a los pies un costal de orejas cortadas a los enemigos.

Otro acontecimiento en el que se involucra a Coxcox, más que la señal de un águila sobre un nopal devorando una serpiente (en otra versión aparece un ave), es lo que lleva a los mexicas a ocupar un islote en el lago de la Luna.

Se cuenta que en una ocasión, se presentaron ante Coxcox y le solicitaron les otorgara a una de sus hijas. Imaginando que se trataba de un enlace matrimonial, y que con ello fincaría una alianza sólida, el Señor de los Colhuas les concedió la gracia. Al paso de los días, fue invitado a una ceremonia, que supuso sería la boda, por lo que acudió gustoso al encuentro. El humo del incienso impedía observar con claridad lo que acontecía, y alcanzó a distinguir una figura femenina que pensó era su hija. Al disiparse las emanaciones del sahumerio, con horror se dio cuenta que se trataba de un sacerdote, quien representaba a la Diosa Toci, vestido con la piel de su infortunada descendiente.

Horrorizado, se retiró clamando venganza en contra de tan sanguinarios individuos, los que determinaron huir aposentándose en un islote, aparentemente deshabitado, aunque existen versiones en sentido contrario.

3.3 El gran mito
Pocos mexicanos ignoran las partes generales de este relato y son menos los que discuten su veracidad. Ocurrió hace tanto tiempo, que, como las narraciones de la Biblia, da la impresión que en realidad pudieron hacer acontecido. En el origen de la ciudad y de nuestra nacionalidad, encontramos un gran mito, en el que, al igual que en una leyenda de esta naturaleza, se conjugan falsedad y certeza.

Lo que es real es la existencia de un punto de partida, envuelto intencionalmente en el misterio. También lo es el transcurrir en el espacio del actual territorio nacional por más de un siglo, y es innegable que al finalizar el peregrinar se funda una ciudad. Lo ficticio es el haber hecho todo esto siguiendo el mandato y la guía de una fuerza sobrenatural.

De acuerdo con Gutierre Tibón, se trata de una historia que fue reelaborada a la medida de la grandeza a la que aspiraban los mexicas, mucho tiempo después de su arribo a esta región. No suena tan atractivo decir que se trataba de un pueblo sometido, que en su desesperación no tuvo otra salida para romper las cadenas del dominio que el dejar atrás todo. Tampoco seduce el señalar que la migración estuvo llena de penalidades y desacuerdos dentro del grupo, o que finalmente llegaron a un lugar donde otros pueblos se habían ya asentado desde hacía muchos años, y a los que tuvieron que servir como vasallos, en donde ocasionaron tantos problemas que no tuvieron otra alternativa que establecerse en medio de las aguas.

A la distancia, resulta sorprendente que se hayan tardado medio siglo en encontrar la señal que les había anticipado su deidad tutelar, algo que no era raro observar todos los días, pues era el habitat natural del águila real, y de los animales, sea ave o serpiente, que eran parte de su cadena alimenticia.

Es muy diferente afirmar que salieron de Aztlán en atención al llamado de un dios, que les fue señalando el curso que deberían de seguir hasta arribar al lugar donde se establecerían. Que desde ahí dominarían un vasto territorio, y alcanzarían alturas superiores a las de sus primeros señores, los verdaderos aztecas. Resulta evidente que, entre otras cuestiones, un relato así les permitió obtener legitimidad en el acceso y posesión de un espacio que formalmente no les pertenecía, pero al que tenían un derecho otorgado por la pertenencia a lo divino.

Residir en lo que era poco más que un promontorio en un lago de manera alguna les venía a ser extraño, pues conservaban en su memoria el haber vivido con anterioridad en condiciones similares, en un medio lacustre.

Sin embargo, tendría que transcurrir cerca de un siglo para que se empezara a concretar la parte brillante de la promesa que los había llevado hasta ese sitio.