jueves, 20 de noviembre de 2008

13. La Ciudad de México durante la época de la independencia (1808-1821)

13.1 Consideraciones generales
En marzo de 1803, después de haber realizado un periplo por tierras sudamericanas, Federico Enrique Alejandro, Barón de Humboldt, llega al puerto de Acapulco. Las jornadas para llegar a la capital de la Nueva España, se llevaron casi medio año. A lo largo de su camino, el último hombre del que se dice fue capaz de acumular todo el saber de la tierra, fue haciendo minuciosos registros y mediciones35.

El 10 de Octubre, por fin, hizo su entrada la Ciudad de México. Se alojó cerca del Templo del Convento de San Agustín, en la ahora Calle de República de Uruguay y fue objeto de las mayores atenciones y merecimientos. Hizo un acopio tremendo de de información geográfica, estadística y escrita.

En el resumen de lo recopilado en su viaje, que finalizó un año después de su arribo a las costas novohispanas del Pacífico, al tomar la salida en las del otro oceáno, resuena la observación que hace acerca de los contrastes y la desigualdad, que marcan el paisaje y a la sociedad mexicana.

El fin de tres siglos no podía percibirse, mucho de lo reformado en el último tercio del siglo anterior había alterado equilibrios fundamentales, logrados en más de un centenar de años previos de gestación. Corrientes que se movían en el México Profundo, estaban a punto de irrumpir, con un estallido corto, de menos de un año, al principio, pero suficientemente aleccionador por lo violento.

Fuera de la amenaza de los últimos días de Octubre de 1810, en ninguna otra ocasión la Ciudad de México experimentaría el ser objeto de disputa de los bandos en lucha. Sólo una vez fue tomada en la Guerra de Independencia, a punto de terminar ésta y sin disparar un sólo tiro.

El patrimonio existente no fue afectado, e incluso puede decirse que la urbe siguió creciendo en este rubro y en el demográfico. A casi trescientos años del sometimiento de México-Tenochtitlán, la superficie urbana llegaría de nuevo a los doce kilómetros cuadrados de la ciudad mexica. El monto de población, que se llega a estimar en alrededor de 168 mil habitantes, era casi del doble.

La afectación fue de otro tipo, al cegarse las fuentes de riqueza, y al tener que destinarse recursos al combate de los insurgentes. Aunque eso sí, las batallas se daban lejos de la capital virreinal y en regiones cada vez más circunscritas a medida que transcurría el conflicto.

La participación de la Ciudad de México en ese proceso que transcurre de 1810 a 1821, no sería desde el punto de vista militar. Se encuentra en los prolegómenos, dos años antes de la explosión popular del Padre de la Patria, y al final, en los arreglos pactados en la antigua sede de los jesuitas que ya habían profesado.

13.2 Foro de una discusión
Los acontecimientos ocurridos en la Madre Patria en el primer semestre de 1808, generaron en la Nueva España un debate acerca de la soberanía centralizado en la Ciudad de México, sede de los poderes materiales y del espíritu.

Hay un cierto paralelismo. El dominio imperial de España se inició con la fundación de un Ayuntamiento, el de la Villa Rica de la Vera Cruz. Su finalización se plantearía con una discusión en la que una de las dos posiciones que se plantearon, fue expuesta a partir de otro Ayuntamiento, el de la Ciudad de México.
Dos de sus integrantes, Francisco Primo de Verdad y Francisco Azcárate, en las reuniones convocadas por el Virrey José de Iturrigaray, en agosto de 1808, cuando se supo de lo acontecido en la península ibérica, propusieron la integración de un Congreso de representantes de los Ayuntamientos de la Nueva España.

Este órgano sería el depositario de la soberanía, en tanto se resolvía el problema planteado en la cabeza de la monarquía. Ante suspicacias que despertó entre quienes sostenían la postura de continuar sin cambios, promovida por la Real Audiencia, se suscitó una rebelión encabezada por el rico hacendado español Gabriel Yermo el 15 de septiembre de ese mismo año. Con el apoyo de los comerciantes de El Parián, derrocaron a Iturrigaray y lo sustituyeron por un viejo militar Pedro de Garibay.

El más consistente de los dos regidores Primo de Verdad, se convirtió en el precursor de la insurgencia. Pagó con su vida el haber formulado un proyecto que, aunque la historia no es de lo que hubiera pasado, de aceptarse y prosperar en su momento, hubiera evitado el tortuoso y accidentado transitar de los siguientes trece años.

13.3 Amenaza de Hidalgo
Don Miguel Hidalgo y Costilla, es uno de los personajes más maravillosos de nuestra historia, si se atiene uno a la biografía no autorizada, más cercana a López que al encanecido caudillo. En seis semanas hizo lo suficiente para registrar su paso en sus páginas con letra firme e indeleble.

Aunque con mucho sentido Jorge Ibargüengoitia dice que es el único caso de un héroe que ha envejecido al paso del tiempo, la edad en la que inicia la formación de un nuevo panteón patrio, era bastante avanzada para su época, en la que la mayoría de los novohispanos tenía una expectativa promedio de vida inferior a los treinta años. Lo que tenía que llevar a cabo en los anales de la nación que se vislumbraba, lo efectuó a los cincuenta y siete años.

Al mes y medio de haber iniciado su rebelión, al frente de una multitud de ochenta mil almas, pudo haber tomado sin mayor problema la capital virreinal. Se encontraba ya en sus inmediaciones el 30 de Octubre de 1810, tras batir la famélica resistencia que le opuso Torcuato Trujillo en el Cerro de las Cruces.

En el transcurso de los siguientes días, mientras los citadinos esperaban el golpe final, las dudas y consideraciones del caso, lo llevaron a tomar una decisión que resulta aún incomprensible, pese a las explicaciones que se dan de tan oscura decisión.

Le dio la espalda a la Diosa Fortuna, que lo había acompañado de manera incondicional en la arrasante campaña del Bajío, la región más rica de la Nueva España. Habían sucumbido Celaya, Salamanca, Guanajuato, Valladolid y Toluca, entre las poblaciones más importantes.

Quizás por ello, pues dicha deidad es veleidosa, a partir de entonces sería una secuencia de derrotas que mermarían su movimiento. La serie de los descalabros comenzó el 7 de noviembre, en Aculco, ante la némesis de los luchadores independentistas, el militar realista Félix María Calleja. El 30 de julio de 1811, cuando no había pasado un año de haber insurreccionado a un número de mexicanos que nadie superaría en el Siglo 19, fue fusilado en Chihuahua, después de sujetársele a un doble juicio: eclesiástico y penal.

Nadie volvería a tener una oportunidad así, ni siquiera el más brillante de los sucesores históricos de Hidalgo, Don José María Morelos.

13.4 La Plaza de la Constitución
En la primera mitad del Siglo 19, la antigua plaza del mercado prehispánica y Plaza Mayor virreinal, recibió las dos denominaciones con las cuales se le ha identificado desde entonces.

Una es la oficial, adquirida al ser jurada la Constitución de Cádiz por las autoridades y el pueblo, en tiempos del Virrey, curiosamente, el propio Calleja y Flon. Por tal motivo, y según bando del 22 de mayo de 1813, se le puso el Nombre de Plaza de la Constitución.

De manera común, se piensa que se rinde homenaje a la Carta Magna de 1917 y hasta el momento, en nuestro divagar diletante, no hemos encontrado referencia clara a edicto alguno que instruya en ese sentido.

13.5 La conclusión de la Catedral Metropolitana y Manuel Tolsá
En 1813, Manuel Tolsá, Maestro de Obras de la Catedral de México, dio los toques últimos a un proyecto que, iniciado 240 años antes, atravesó todo el período colonial y contó con la participación de los más destacados constructores de la época. Por ello, en el máximo templo de la ciudad está plasmada la secuencia de los estilos arquitectónicos adoptados y adaptados en un cuarto de milenio, que se extiende sobre parte o la totalidad de cuatro siglos, del 16 al 19.

Nuestro personaje, quien cerró esa larga cadena, nació hacia 1757, en la Villa de Enguera, de la provincia española de Valencia. Estudió arquitectura y escultura en las prestigiadas y Reales Academias de San Carlos en Valencia y San Fernando en Madrid.

En 1790, fue nombrado Director de Escultura de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, en la Ciudad de México. Emprendió el viaje a la Nueva España, saliendo de Cádiz en 1791. Trajo consigo una colección de réplicas vaciadas en yeso del Museo del Vaticano, obsequio del Rey a la institución en la que prestaría sus servicios36.

En Veracruz, ese mismo año, contrajo matrimonio con María Luisa de Sanz Téllez Girón y Espinosa de los Monteros. Instalado en la capital del Virreinato, abrió una casa de baños y formó una sociedad para la instalación de una fábrica de carros37.

El Ayuntamiento de la Ciudad de México le encomendó varias tareas sin remuneración, entre otras la inspección de las obras del desagüe, la introducción de agua potable, los baños del Peñón y nuevas plantas para la Alameda.

Su obra escultórica y arquitectónica se encuentra esparcida en varias ciudades mexicanas, como en Orizaba y Guadalajara, donde diseñó el Convento de la Propaganda Fide y el Hospicio Cabañas, respectivamente; en Puebla, nos dejó el Ciprés de la Catedral. Elaboró los planos del Convento de los Carmelitas en Querétaro y el de San Miguel el Grande. Esculpió los Cristos en bronce en la Catedral de Morelia y el Busto de Hernán Cortés.

En la Ciudad de México, podemos contemplar el gran legado que nos dejó, el punto climático del último estilo impuesto durante la colonia: el Neoclásico. En el patrimonio arquitectónico destaca, sin hacer menos los trabajos en La Profesa y Santo Domingo, la finalización de la Catedral Metropolitana y los tres palacios.

Hacia 1793, se le confirió el cargo de Maestro Mayor, en las obras que se realizaban en la Catedral Metropolitana y que condujo por dos décadas. En lo que fue la última etapa de construcción, corresponde a su autoría el cubo del reloj, las tres esculturas que lo rematan, que representan a las virtudes teologales (Fé, Esperanza y Caridad), la cúpula y la balaustrada.

No es sólo la aportación de más elementos materiales, sino la función que se les asigna en una obra en la que, en épocas diversas, se habían inmiscuido diferentes alarifes. Algo de lo cual el insigne constructor fue bien consciente. El problema dejaba de ser que lo propio se integrara sin chocar con lo anterior, era más bien utilizarlo para darle una imagen de orden, de unidad.

Se ha dicho, así, que el peso que tiene la gigantesca bóveda fue para compensar el que tienen las torres. La balaustrada que recorre el perímetro de las partes superiores, en la fachada, torres y laterales, le dió un aspecto unitario al conjunto, que sorprende por la aparente simplicidad del recurso.

Entre 1795 y 1805, construyó la Casa del Marqués del Apartado, en la esquina de Donceles y Argentina, enfrente del sitio del Templo Mayor, destinada al funcionario que tenía por misión el “apartar” la porción del mineral acuñado que correspondía a la Corona. Y hacia 1799, Tolsá edificó en las calles de Puente de Alvarado, la Casa del Marqués de Buenavista.

La más famosa de estas edificaciones, construida entre 1797 y 1813, es el edificio que albergaría al Real Seminario de Minas, localizado en la calle de Tacuba, conocido como el Palacio de Minería.

En el campo de la escultura, el arquitecto valenciano nos legó una hermosísima muestra de su genio, la estatua con la cual el Virrey Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte, Marqués de Branciforte, agradeció a Carlos IV el haberlo designado y sostenido como Virrey durante el período 1794 a 1798. Sustituyó ni más ni menos que al Segundo Conde de Revillagigedo, y el ejercicio que hizo del poder fue en una dirección opuesta, pues antepuso el provecho personal sobre la búsqueda del bien común.

El sexto sentido, el de la supervivencia, que debe tener todo sátrapa, le debió haber advertido del cercano fin de su encomienda. La estatua fue develada sin tan siquiera haberse fundido, colocándose en el pedestal una réplica hecha de yeso y madera, pintada de dorado, la cual se develó el día del cumpleaños de la Reina María Luisa, el 9 de Diciembre de 1796.

Para entonces, solo estaba concluida la delimitación del espacio en la Plaza Mayor donde sería expuesta, una balaustrada ovalada de 113 metros en su eje mayor (oriente/poniente) y 95 m en el menor (norte/sur).

La ceremonia fue suntuosa, y dio lugar a tres días de fiesta en los cuales más de 20 mil luces iluminaron todos los edificios y la Plaza Mayor. Entre los asistentes, se encontraba el Barón de Humboldt, por esos días en la ciudad y a quien Don Artemio de Valle-Arizpe registró atestigüando el solemne acto, en compañía de Doña María Ignacia “La Güera” Rodríguez, quien le comentó un defecto mayúsculo que pasó inadvertido a Tolsá. El modelo del caballo fue mexicano, y según parece el ejemplar perteneció al Marqués de Jaral de Berio y se llamaba “Tambor”.

La estatua, a la cual desde el principio el pueblo se refirió cariñosamente como “El Caballito”, olvidándose de la bestia que va montada en él, tiene una alzada de casi 5 metros de altura, 4.88 m con mayor precisión. Para cubrir el molde con material de fundición, el 4 de agosto de 1802 se requirió cargar los hornos de 27 toneladas de estaño y cobre, pues es de bronce.
Las arduas tareas del pulido se llevaron cerca de catorce meses. El 19 de noviembre de 1803 se colocó en un carro de madera, llegando el 23 a la Plaza Mayor, el 28 se elevó y el 29 se colocó en el pedestal. La develación se llevó a cabo en la misma fecha que la primera, el 9 de diciembre de siete años después y ante un gobernante diferente al que la había ordenado. Las fiestas a que dio motivo fueron semejantes a las anteriores.

Originalmente el caballo patea un águila sobre un nopal y con una pata trasera aplasta un carcaj mexica, simbolizando el triunfo hispánico sobre este pueblo.

Ello provocó que en 1821, en pleno furor antihispánico, se le quitaran el primero de los símbolos y la escultura estuviera a punto de ser nuevamente fundida, siendo salvada la estatua por voces que se alzaron para preservarla como lo que es, una obra de arte. Iturbide la cubrió con una vela.

En 1824, el bello equino y su innoble jinete encontraron refugio en la Real y Pontificia Universidad. Ahí permanecieron hasta 1852, cuando la escultura fue trasladada a las afueras de la Ciudad, en el cruce de Bucareli y Reforma, siendo colocada en el pedestal que se conserva hasta la actualidad, factura de Lorenzo de la Hidalga.

La construcción de los ejes viales eliminó la antigua glorieta y, por decisión del Presidente López Portillo, fue llevada, en 1979, a lo que se denominó la Plaza de Tolsá, donde se espera permanezca sin más cambios que la pongan en riesgo.

La muerte alcanzó al prodigioso valenciano tres años después de dar fin a su encomienda en la Catedral, el día de la nochebuena de 1816. Sus restos fueron depositados en el cementerio de la Iglesia de la Santa Vera Cruz, a un lado de la Alameda Central.
13.6 El paso de José María Morelos
Los insurgentes fueron batidos en toda la línea por Félix María Calleja y del Rey, desde Hidalgo hasta Morelos. Anticipando el perfil del caudillo cimentado en las armas, de los que fue tan prolijo el México Independiente, fue designado Virrey del 4 de marzo de 1813 al 19 de Septiembre de 1816.

Morelos, el más brillante de los insurgentes, en términos de pericia militar, quizás tan sólo en una ocasión estuvo en posibilidades de alcanzar la Ciudad de México, pero la promesa que le había hecho a Hidalgo de apoderarse de Acapulco, le impidió tomar en cierta oportunidad la Ciudad de Puebla, lo que, eventualmente, lo hubiera dejado al alcance de la cabeza del Virreinato.

El Siervo de la Nación pasaría por la Ciudad de México en calidad de prisionero. Había sido tomado prisionero el 5 de noviembre de 1815, y fue llevado a la cárcel secreta del Tribunal del Santo Oficio. Se le sujetó primero a un proceso eclesiástico que determinó su culpabilidad y lo condenó a la degradación de sus facultades como sacerdote. Tras la aplicación del procedimiento en la capilla del mencionado Tribunal, se le puso en manos de la autoridad civil, para la cual se le trasladó a la Ciudadela.

En esta segunda causa se le condenó a la pena de muerte, fijándose la fecha de su ejecución el 22 de diciembre de 1815. Camino a San Cristóbal Ecatepec, sitio en el que se llevaría a cabo el ajusticiamiento, hay dos registros más de su penoso paso por lo que es hoy la Ciudad de México. Uno de ellos es la Capilla del Pocito, en el conjunto del Tepeyac, donde pidió detenerse para elevar sus oraciones y, tal vez, encomendar su alma a la Patrona de México. El segundo, se encuentra unos pasos al noroeste de la Basílica, en el Acueducto de Guadalupe, en una de cuyas fuentes le fue permitido apagar la sed.

13.7 Escenario de una conspiración
La labor del Virrey que sustituyó a Calleja, Juan Ruiz de Apodaca, quien gobernó de septiembre de 1816 a julio de 1821, en la cual combinó indultos y campañas militares, redujo a los insurgentes a unas cuantas bandas. Las más importantes las jefaturaban Guadalupe Victoria en Veracruz y Vicente Guerrero en las Montañas del Sur, heredero este último del caudillaje iniciado por Hidalgo.

La inminente puesta en vigencia, de nueva cuenta de la Constitución de 1813, que afectaría los intereses de aquellos que en principio se opusieron a la propuesta de los regidores Primo de Verdad y Azcárate, los llevó a reunirse a ojos vistas, en el Templo de La Profesa. Fruto de esta conspiración, lograron colocar al frente del ejército realista destinado a aplastar a Guerrero, a un feroz enemigo de los insurgentes, en virtual retiro desde hacía unos cinco años, Agustín de Iturbide.

El criollo nacido en Valladolid, en lugar de combatir a sus acérrimos adversarios, propició un acercamiento con el caudillo sureño. El acuerdo se concretó en el Plan de Iguala, del cual surgiría el Ejército Trigarante o de las Tres Garantías (Religión, Independencia y Unión).

La campaña fue incruenta y le permitió tomar, de manera pacífica las principales poblaciones de la Nueva España, al defeccionar los destacamentos acantonados en ellas. Lo mismo que había ocurrido en Guadalajara, Valladolid y Puebla, se repitió en la ciudad de México. El 27 de Septiembre de 1821, por la Garita de Belem, bajo un arco de triunfo, al mando de Itubide, ingresaba el contingente trigarante.

La Independencia llegaba a su consumación. En medio de los vítores a los vencedores, del júbilo popular, quedaba oculto que la forma como se había dado el arreglo final, sobre la base de una traición, pues ¿no fue eso lo que hizo Iturbide al volver las armas contra el representante del Estado Español?, y la consideración absoluta a los intereses que la habían propiciado, no hacía predecir nada bueno para la emergente nación.

No se trataba de una victoria en los terrenos político y militar de una facción sobre otra, era un pacto, una avenencia entre fuerzas desiguales, y su ruptura sumergiría a la patria y a su capital en una noche de medio siglo.

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