jueves, 20 de noviembre de 2008

15. En tiempos de Don Porfirio (1876-1911)

15.1 Para entrar en materia
Después de fracasar ante su antiguo maestro y jefe, quien lo hizo morder el polvo al enfrentarse en dos elecciones y una rebelión, en el cuarto intento, ante enemigos de menor perfil, pudo por fin el General Porfirio Díaz Mori, hacerse de la Presidencia de la República. Había transcurrido más de un cuadrienio de la muerte de Don Benito Juárez, y en 1876 el caudillo no estaba dispuesto a participar una vez más en las elecciones de ese año.

Menos, cuando la divisa del Plan de Tuxtepec, proclamado el 10 de enero, era “¡No reelección!”, que descalificaba las aspiraciones del Presidente Sebastián Lerdo de Tejada de repetir su mandato.

No se puede pensar que el camino fue fácil en esta ocasión, la última que le daba la historia. Tenía enfrente a un gobierno con capacidad de reacción y un aparato militar nada despreciable, que le inflingió en abril tremenda derrota en Icamole, Nuevo León. Tuvo que resarcir fuerzas en su terruño e ir tomando ventaja en los meses siguientes. El enfrentamiento definitivo tuvo lugar el 16 de noviembre, en un valle cercano a Huamantla, y se conoce como la Batalla de Tecoac, en la que contó una vez más con el oportuno y arrojado auxilio de Manuel González.

El 23 de noviembre de 1856, al frente de sus tropas, Don Porfirio entró a la capital de de la República, que lo recibió como a todos los vencedores, con expresivas muestras de alegría y festejos de todo tipo.

La entrada de los tuxtepecanos, entre sus muchos significados, viene a ser el inicio de una época de esplendor de la ciudad de México, la que será convertida en la mejor expresión de las ideas rectoras de la administración porfiriana: Orden y Progreso.

El crecimiento fue sin precedente. Cuarenta nuevas colonias cuadruplicaron la superficie de la mancha urbana, que pasó de 10.5 km2 a 40.5 km2. En el centenario de la Independencia la población se acercaba ya al medio millón de habitantes. El patrimonio urbano se enriqueció y es notable la escultura pública de la época. Poco antes del derrumbe, los signos del progreso se observan por doquier, los autos, el cinematógrafo, el alumbrado público y el sistema tranviario electrificados y el Gran Canal del Desagüe, son apenas una muestra selecta del avance económico y material que se había logrado.

Con su larga permanencia en la presidencia se consolida el Estado Mexicano constituido por Benito Juárez, lo que va paralelo a la recuperación de la hegemonía de la capital del país, perdida durante los años anárquicos. En esos treinta años que se conocen como el Porfiriato, se liquida en definitiva a la ciudad colonial, y se da el afianzamiento de la ciudad moderna.

15.2 Rasgos arquitectónicos
A medida de que la mano dura sembró las semillas de la pacificación y el orden, apuntalando con solidez el régimen, sobre todo a partir de su primera reelección, empezó a darse un auge en la construcción pública y privada.

Se ha dicho que en el Porfiriato no se puede identificar una arquitectura propia. Los modelos se copian, o de plano se importan en paquete con los propios constructores que los desarrollan, de Estados Unidos y los países avanzados de Europa. A toda esta mezcolanza de fuentes de inspiración, se le ha tratado de encontrar el sentido unitario que le da el agruparlos en un estilo, al que se le ha dado en llamar “ecléctico”. Lo que sobrevive en las elegantes demarcaciones que surgieron en el paso del Siglo 19 al 20, nos hacen pensar que, de haber recorrido sus calles en esa época, no se pondría en duda que se estaba en una versión tropical de París, Londres o Nueva York.
El apogeo constructivo que se alcanzó en ese interludio, se ve reforzado por una técnica novedosa traída del exterior, cada vez será más frecuente la utilización de estructuras de hierro prefabricadas, que reducirán la pesadez de las edificaciones, permitiendo levantarlas con varios pisos.

Entre los edificios que hicieron uso de dicho recurso tenemos: La Penitenciaría de Lecumberri (1900), el Palacio de Hierro (1901), el Palacio Postal (1904), el Colegio Militar de Popotla (1905), el Hospital General (1905), El Toreo de la Condesa (1906), el Manicomio de la Castañeda (1910) y el Palacio de Comunicaciones (1911), sin olvidar los dos grandes edificios inconclusos: el Teatro Nacional y el Palacio Legislativo.

Este tipo de innovaciones generó una demanda de productos poco utilizados. El impulso es evidente en la manufactura de ladrillos, que se transforma en una verdadera y próspera industria. La extracción del material requerido para fabricación de los tabiques de arcilla dejó huellas, aún palpables, en las colonias Nápoles y Nochebuena. La segunda conserva el nombre de la razón social de la firma más relevante del sector, y se afirma que la Plaza de Toros México, el Estadio de la Ciudad de los Deportes y el Parque Hundido aprovecharon los hoyancos que dejó la intensa explotación.

15.3 Delimitación del Distrito Federal
Durante el Porfiriato, el Distrito Federal queda definido en sus aspectos territorial y político. Los decretos del Congreso de los días 15 y 17 de Diciembre de 1898, ratificaron los convenios de límites suscritos dos años antes con los Estados de México y de Morelos, gracias a los cuales se le adscribió una superficie de 1,499 kms2.

Un año después, un ordenamiento del mismo rango propuso la organización interna que tendría la sede de los Poderes de la Federación. Se estableció el régimen municipal, hablándose de una Municipalidad de México, que comprendería las actuales Delegaciones Centrales (Benito Juárez, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Venustiano Carranza). Se crearon las prefecturas de Guadalupe Hidalgo, Azcapotzalco, Tacubaya, Coyoacán, Tlalpan y Xochimilco, subdivididas en municipios.

La figura de mayor relevancia sería el Gobernador, y su designación quedó reservada al Presidente de la República.

El 26 de Marzo de 1903, se expidió la Ley de Organización Política y Municipal del Distrito Federal, en virtud de la cual quedó dividido en 13 municipalidades: México, Guadalupe Hidalgo, Azcapotzalco, Tacuba, Tacubaya, Mixcoac, Cuajimalpa, San Angel, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco, Milpa Alta e Iztapalapa.

15.4 Las obras del desagüe
La obra magna de la administración porfirista fue el nuevo sistema de desagüe, que pareciera reproducir, amplificado, el esquema de la obra pionera de Enrico Martínez, pues se trata de un conjunto que integra un canal, un túnel y un tajo, a lo largo de sesenta kilómetros. La idea general era desalojar las aguas que desechaba la ciudad por gravedad, a través de un desnivel.

El primer tramo es una vía acuática, con una longitud de cuarenta y siete kilómetros, al que se le llamó el Gran Canal. Partía de las cercanías de San Lázaro. Tras bordear el oriente de la ciudad, se dirigía hacia el noroeste, para atravesar la Sierra de Guadalupe. Más adelante, pasaba entre los lechos de los lagos de San Cristóbal y Xaltocan y por la margen izquierda del de Zumpango, desembocando en la Presa. Ésta regulaba la salida del agua hacia un túnel revestido con ladrillo, de unos diez kilómetros de largo y cuatro metros de ancho. En el desfogue de la galería subterránea, un tajo de de dos y medio kilómetros conducía el torrente entre las montañas, y a través de la Barranca de Catalán, llegaba al Río Tequixquiac.

Fue inaugurado la mañana del 17 de marzo de 1900, en solemne ceremonia en la que el Presidente Porfirio Díaz ordenó se levantaran las compuertas de San Lázaro. El acontecimiento fue celebrado con una multitud de eventos, no era para menos, pues se le calificó como la respuesta definitiva al añejo problema del desalojo de las aguas.

Con el paso de unos cuantos años, y las inundaciones que no dejaron de asolar a la ciudad, una de ellas registrada apenas pasado un lustro del inicio de operaciones, esta aseveración fue perdiendo sentido. Funcionó en condiciones de relativa eficiencia por un cuarto de siglo, transcurrido el cual alcanzó sus límites. Un aspecto de la mecánica de suelos, desconocido en su momento, hizo de la supuesta solución un foco generador de amenazas.

El hundimiento permanente que registraba la ciudad, derivado de la excesiva explotación de los pozos para extraer el agua que requería una población en aumento, según constató el ingeniero Roberto Gayol en 1925, dejó el curso del Gran Canal en un nivel superior al de la ciudad. Para reducir el riesgo de un desbordamiento de las aguas que arrastraba, fue necesario apuntalarlo con el tendido de colectores y la instalación de estaciones de bombeo.

15.5 Las nuevas colonias
Un rasgo de la ciudad porfiriana, de acuerdo con algunas fuentes, vino a ser la segregación social de la población, que se presentó por primera vez en la urbe y dejó atrás la ocupación simultánea del espacio por los distintos estratos sociales, vigente desde la época colonial.

A partir de entonces, el acceso estaría determinado por la posición socioeconómica de los demandantes. Habría un reducido grupo colonias destinadas a los sectores adinerados, otras se orientarían a los segmentos medios y, en la mayoritaria extensión de la ciudad, aparecerías las de las clases populares.

Para los desfavorecidos, tendríamos la Morelos, Atlampa, Peralvillo, Valle Gómez, Doctores, Obrera y Maza, en la actual Delegación Cuauhtémoc que surgieron a partir de 1880 y hasta el fin del siglo. Por otros rumbos, en lo que es la Delegación Venustiano Carranza, la edificación de obras públicas, por ejemplo la prisión de Lecumberri o el Rastro, alentaron el fraccionamiento de predios, que se ofrecieron carentes de cualquier tipo de servicios, como la Penitenciaria o la Popular Rastro.

En el otro extremo, después de los titubeos iniciales, a principios del siglo pasado se consolidaron los proyectos residenciales concebidos para los habitantes de mayores recursos. Las joyas del reordenamiento urbano del Porfiriato, en este sentido, fueron las colonias Cuauhtémoc, Juárez, Condesa y Roma. A continuación se ofrece una breve información acerca de ellas38.

Cuauhtémoc.- En 1874, el Lic. Rafael Martínez de la Torre solicitó autorización para fraccionar la Hacienda de la Teja, con el propósito de establecer una colonia. La lejanía de los terrenos fue un valladar insalvable para que la propuesta se concretara. Treinta años después, se constituyó The Mexico City Improvement Co., empresa que reactivó e hizo prosperar la idea inicial.

El nombre de la demarcación lo adquirió del último tlatoani mexica, a quien se rendía homenaje en el monumento develado en 1887 y situado en las inmediaciones de la esquina noreste del fraccionamiento. La nomenclatura original fue al estilo norteamericano, con calles identificadas por número y orientación geográfica. Por razones aún no aclaradas, se adoptó la actual, referida a conocidas corrientes fluviales nacionales y extranjeras.

Juárez:.- En la época colonial, esa zona de la ciudad, delimitada entre lo que es ahora Insurgentes Centro y el Paseo de Bucareli, estaba cubierta por una laguna, que desapareció a mediados del Siglo 19. Los terrenos no resultaban atractivos y pertenecían a los ejidos de la Ciudad. El trazo del Paseo del Emperador, los tocó con su prestigio y sólo sería cuestión de tiempo para que fueran revalorizados.

Durante el Siglo 19, al sur del Monumento a Cristóbal Colón y nueve años antes de que se edificara éste, un empresario italiano, de nombre Sebastián Pane, en donde se alza un hotel de lujo, perforó unos pozos para establecer un balneario, al cual se le llamó la Alberca Pane.

La Colonia Juárez es una especie de hermana, sin ser gemela, de la Cuauhtémoc. Su urbanización fue tramitada de manera conjunta en 1874, por el mismo fraccionador, el Lic. Martínez de la Torre. Se extiende sobre una porción mayor del Paseo de la Reforma, lo que explica que uno de sus primeros nombres fuera el de Colonia Bucareli. En esa zona, ya para 1882, empezaron a mudarse las familias de la elite porfiriana, y a retumbar en el vecindario apellidos como Braniff, Casasús, De Teresa, Scherer o Bulnes.

En 1904, la parte poniente de la actual Colonia Juárez, fue incluida en el proyecto de la firma que desarrolló a la Cuauhtémoc, The Mexico City Improvement Co., identificándosele como la Colonia Americana. Dos años más tarde, la parte antigua y la moderna, se integraron bajo la denominación que rendía homenaje al Benemérito de las Américas, ni más ni menos que en el centenario de su nacimiento.

La nomenclatura, de acuerdo con Héctor Manuel Romero38, se debe al ingeniero, historiador y diplomático Ricardo García Granados, uno de los pioneros en aventurarse a vivir en esas soledades. Se dice que con ello honró la memoria de las ciudades de Europa en las que había vivido durante el servicio exterior y en las que habían nacido sus hijos.

Condesa.- En 1902, una compañía fraccionadora, tomó el dominio de las tierras de lo que fue la Hacienda de la Condesa, propiedad entonces de un banco, que a su vez los había adquirido de la sucesión testamentaria de Vicente Escandón39. La denominación que se le dio hace referencia a una de sus anteriores propietarias, que ostentó el título de tercera Condesa de Miravalle. El casco de la finca se encontraba en donde ahora está la embajada de la Federación Rusa. Al oriente, se encuentra la Colonia Hipódromo Condesa que, en la primera década del Siglo 20, albergaría recintos destinados al consumo del tiempo libre: la Plaza de Toros y el Hipódromo.

Roma.- Es contemporánea de la Condesa. Los terrenos pertenecieron al Potrero de la Romita, un vetusto asentamiento al noreste del sitio elegido por los fraccionadores, del que derivó su designación. Se orientó al segmento social de lo que ahora llamaríamos la clase media alta, o mediana burguesía.

Los nombres de las calles fueron propuestos por Edward Walter Orrín, Presidente de la Compañía de Terrenos de la Calzada de Chapultepec, S.A., y propietario del Circo Orrín, y quien rememoró las ciudades de provincia donde mayor éxito había alcanzado su espectáculo. El trazo de la colonia se atribuye a Cassius Clay Lamm e hijo, accionistas del proyecto y a quienes perteneció la casona donde encuentra el centro cultural que lleva su apellido.

15.6 El sistema ferroviario
A pesar de que la Revolución de 1910 se movió sobre los trenes, el grupo político que administró el legado de nuestro movimiento social armado, no supo que hacer con los ferrocarriles, sobre todo cuando llegaron de nuevo a los cargos públicos los “científicos”, especialistas en ciencias económicas.

Es un lugar común decir que a Don Porfirio le debemos el tendido de la red ferroviaria, a la que poco se agregó en el México Postrevolucionario. Utilizó el sistema de concesiones, otorgadas a empresas extranjeras, británicas y estadounidenses. Al final de su mandato terminaría por nacionalizarlas.

El efecto que tuvo este medio de transporte fue múltiple, desde la integración de un país y un mercado nacional, hasta el contribuir a un mejor control político del mismo. La Ciudad de México se vio altamente favorecida, al diseñarse las rutas con origen centralizado en la capital del país. La ubicación de las terminales y vías en áreas específicas de la urbe, guiaría la expansión urbana y explica, entre otras cosas, el desarrollo de la Avenida Insurgentes en su parte norte.

En 1873, antes de que ascendiera a la Presidencia Don Porfirio, se realizó el viaje inaugural del Ferrocarril Mexicano, que iba de México a Veracruz. La terminal estaba en Buenavista, en los terrenos de la sede de la actual Delegación Cuauhtémoc.

En los años siguientes, en Nonoalco, se ubicaron las instalaciones del Ferrocarril Central Mexicano, con salidas a Ciudad Juárez. Estaba localizada en el mismo sitio donde años más tarde, operó la Estación de Ferrocarriles del Valle de México, o de Buenavista, construida con el propósito de evitar el desorden que implicó la dispersión porfiriana de líneas y terminales.

El Ferrocarril Nacional Mexicano, con destinos a Nuevo Laredo, pasando por Toluca y Acámbaro, y un ramal a Guadalajara, partía de la estación Colonia. Sus andenes y patios de maniobras incluían los jardines de la Madre y del Arte. Al desaparecer, durante muchos años operó en parte del predio el hospital de los ferrocarrileros. Ahora se encuentra la sede de varias dependencias del IMSS, y puede uno rastrear residuos de esa época en la denominación que tiene, Conjunto Colonia, así como en los pasamanos de las escaleras. Igual ocurre con el nombre de la calle de Sullivan, que era el de una de las compañías que se fusionaron para dar origen a la empresa que administraba el Nacional Mexicano.

El Ferrocarril Hidalgo, o el del pulque, se encontraba en la actual Glorieta de Peralvillo. De ahí marchaban los trenes con rumbo a Pachuca y la zona productora del néctar de los dioses, así como a la ciudad de Puebla.

Una de las concesiones otorgadas estaba fuera de la zona de ferrocarriles del porfiriato y era la que manejó el Interoceánico. Sus convoyes ofrecían el servicio de viajes al puerto de Veracruz, por Jalapa, en la Estación San Lázaro, situada en las cercanías de la Iglesia de la Soledad, cerca de la Merced.

15.7 Los signos del progreso
En el último cuarto del siglo antepasado, la capital de la República pudo jactarse de estar a la par de otras ciudades del planeta, al presentarse en ella, muchas ocasiones por vez primera en todo el país, los resultados del ingenio humano, en varios de los órdenes del conocimiento. Además de impactar aspectos de la vida cotidiana, fueron la expresión de la modernidad y de los logros del régimen.

El 15 de marzo de 1878, se realizó la primera llamada telefónica. Se hizo una prueba, que resultó exitosa, de Tlalpan a la Ciudad de México. Cuatro años más tarde, comenzó a tenderse la red de telefonía, dándose prioridad a la línea que comunicaba Chapultepec con Palacio Nacional. En 1900 estaban funcionando cinco mil aparatos, el directorio era de ocho hojas y el número 64 correspondía a Porfirio Díaz. Dos compañías ofrecían el servicio, la Cia. Telefónica y Telegráfica de México, filial de la ITT y la Ericcson Mexicana.

Ya desde el gobierno de Benito Juárez se empezó a disponer del telégrafo. A un año de su muerte, la red telegráfica nacional alcanzaba más de siete mil kilómetros, los que se triplicaron en el transcurrir del siglo. Junto con los ferrocarriles, este recurso contribuyó a tener un mejor control del país, pues permitía tomar conocimiento casi inmediato de la emergencia de algún conflicto, en tanto, si fuera necesario, los trenes facilitaban el rápido desplazamiento de tropas. A veces, para sofocar en su gestación algún problema, el invento de Samuel Morse era más que suficiente, de acuerdo con el episodio de “¡Mátalos en caliente!”

En 1886, los capitalinos percibieron uno de los beneficios de la electricidad, al iniciarse la sustitución del alumbrado público de gas, al que suplantó en definitiva antes de que finalizara el siglo.

Por esos tiempos, en las agonías de la centuria, aparecieron los tranvías con fuerza motriz eléctrica. El depósito principal de lo que fue The Mexican Electric Transway Co., se encontraba desde 1898 en Indianilla, allá por la Colonia Doctores, en los terrenos que en la actualidad ocupan la Procuraduría y el Tribunal de Justicia del Distrito Federal y el Tribunal Superior de Justicia. Debido a los horarios extremos en los que operaban estos medios de transporte, salían a circular muy temprano y se guardaban muy tarde, en este lugar se establecieron negocios dedicados a la venta de caldos de pollo, sumamente socorridos por los conductores, pasajeros, músicos, vagos y simples trasnochadores. Una nota de este antecedente de los “after hours”, se encuentra al final de “Sábado Distrito Federal”, canción de nuestro cronista musical, Salvador Flores.
Como una muestra de lo integrado que estaba ya México a la globalización, que no es invento de los tecnócratas, en julio de 1896, a menos de un año de haberse presentado el cinematógrafo en París, llegaron a la ciudad los enviados de los hermanos Lumiere para promocionarlo. Gabriel Vayre o Veyre y Ferdinand Bon Bernard o Barnard, con gran olfato político e innegable sentido comercial, detectaron que si se abría una puerta, las demás serían más fáciles de traspasar. Buscaron y lograron que el Dictador aceptara le mostraran esa maravilla de la ciencia. El 6 de agosto en el Castillo de Chapultepec, Porfirio Díaz y un grupo de familiares y allegados, se convirtieron en los primeros espectadores del sorprendente invento. Ocho días después, en el entrepiso de la Droguería Plateros, a cuadra y media del Zócalo, por Madero, tuvo lugar la primera función pública. Bien podría decirse que más bien fue semipública, dado que se promovía como un fruto del saber, en esa segunda ocasión asistieron periodistas e integrantes de sociedades científicas. Al día siguiente, los representantes de los Lumiere fueron menos selectivos y todo aquel que alcanzara boleto pudo improvisarse como cinéfilo.

Diversos modelos de automóviles circulaban por las calles de la urbe, algunas de ellas ya asfaltadas desde 1891, de acuerdo a la moda imperante en ciudades europeas. En 1904 se llevó a cabo la primera carrera entre México y Puebla. Hacia el año de 1912 se dice que circulaban 2400 vehículos, una buena parte eran oficiales y entre los magnates que podían adquirirlos, las marcas de los modelos más demandados eran Fiat, Cadillac, Packard, Oldsmobile, Reo y Protos.

El 8 de enero de 1910, sobre los campos de Balbuena, Thomas Braniff realizó el primer vuelo en avión, en un biplano marca Fairman que había adquirido el año anterior. Anticipó el uso que se le daría a esos lares, que eran de su propiedad, pues en la década siguiente albergarían al primer aeropuerto que tuvo la Ciudad de México
15.8 La escultórica pública
En el pasado, la obra de los escultores, sean mexicas, novohispanos o españoles, se concentraba en el ámbito de lo religioso. Hay que agradecer a los que salvaron a la Estatua del Caballito, es de lo poco, casi nada, que nos queda de la escultura pública, civil, del Virreinato.

De tiempos de Don Porfirio, viene una cauda que enriquece de manera notable el catálogo en la materia. La cantidad y lo emblemático de los bronces con que fue engalanado el Paseo de la Reforma, dificultan encontrar otra época que aventaje en este aspecto al Porfiriato.

Monumento a Cristóbal Colón.- Es un hermoso presente que le hizo a la ciudad uno de sus más privilegiados hijos. Fue donado en 1877 por el concesionario del Ferrocarril Mexicano, Antonio de Escandón y se colocó en la segunda glorieta del Paseo. Obra de Enrique Carlos Cordier, fue manufacturado en su totalidad en Francia. Desde el principio, avivó en su contra fuertes sentimientos patrióticos, y sigue encendiendo pasiones cada 12 de octubre.

Monumento a Cuauhtémoc.- El hecho de que el recuerdo al coloniaje ocupara las dos primeras glorietas de la reluciente avenida, acentuado por su factura extranjera, provocó que en la tercera se expresara una respuesta nacionalista. En 1878 se colocó la primera piedra. La figura a la que está dedicado, ni más ni menos que el símbolo de la resistencia al invasor, los elementos de ornato, sean los felinos emplumados que resguardan las escalinatas, o las armas y armaduras de los guerreros mexicas, la configuración piramidal, todo nos remite a un glorioso pasado, anterior al que se abre con el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo. El proyecto fue de Francisco M. Jiménez, quien falleció en 1884, tres años antes de que quedara terminado y se develara. La parte escultórica se le encargó a Miguel Noreña, con la colaboración de Epitafio Calvo y Gabriel Guerra.

La representación de los estados.- En plena efervescencia de nacionalismo, ese mismo año de la inauguración del conjunto en honor al Joven Abuelo, el historiador Francisco Sosa propuso que cada entidad federativa financiara la elaboración de un par de estatuas. Ellas debían representar a dos de sus más preclaros hijos y se les rendiría homenaje en el Paseo, a partir de su entrada, en el cruce con Bucareli. Las primeras fueron colocadas en 1889; corresponden a Leandro Valle e Ignacio Ramírez, del Distrito Federal.

La conmemoración del primer centenario del inicio de la Independencia.- ¿Quién se atrevería a predecir lo cercano que estaba el fin de este período de la vida nacional? La celebración del primer siglo de la lucha por la libertad, estuvo llena de eventos e inauguraciones. Gracias a ello, la ciudad integró a su patrimonio otros dos grupos escultóricos.

Saltándose la cuarta glorieta, a la Columna de la Independencia se destinó la siguiente y viene a concretar, se dice, lo que en su momento propuso Santa Anna. Alguien lo ha calificado como el último ejercicio clásico. El proyecto se encomendó al arquitecto formado en Francia, el nayarita Antonio Rivas Mercado y la primera piedra se colocó el 2 de enero de 1902. A los cinco años, por fallas en la cimentación, todo lo que se había avanzado tuvo que rehacerse. Rivas Mercado quedó excluido de los trabajos constructivos, limitándolo a la parte artística. La estatuaria, en bronce y mármol, es del escultor Enrique Alciati. Los personajes históricos son tan sólo cinco, siendo superados en número por los de la fantasía. Por ello, está cargado de simbología, y se puede decir, parafraseando a Bernardo de Balbuena, que todo en dicho monumento está cifrado. Está rematado por una Victoria Alada, que con su mano derecha corona de laureles a los héroes que nos dieron patria, y en la izquierda tiene una cadena rota, con tres eslabones, que simboliza la independencia y los tres siglos que fuimos colonia de los españoles. A pesar de sus atributos femeninos, popularmente se le refiere en masculino, como “el Ángel”. El rostro es el de la hermosísima Alicia Rivas Mercado, al igual que el perfil que se encuentra en la puerta de la entrada al recinto donde reposan los restos de los insurgentes. Fue inaugurado al cumplirse cien años del Grito de Dolores.

El otro conjunto es el Hemiciclo a Juárez, proyectado por Guillermo de Heredia. Las estatuas son de Lazaron. Ocupa el sitio en el que estuvo el Kiosco Morisco, que tras haber cobijado la representación mexicana en la Exposición Internacional de París en 1889, estuvo dos décadas en la Alameda, al servicio de la Lotería Nacional, pues era donde se efectuaban los sorteos hasta su traslado a Santa María de la Ribera. En lo alto, se encuentra un Juárez sedente, resguardado por dos figuras femeninas que representan a la Historia y a la Patria. Dada la rivalidad que sostuvo con el patricio, no puede uno dejar de pensar que para entonces, al inaugurar el Hemiciclo el 18 de septiembre de 1910, Don Porfirio se reconciliaba con su antiguo maestro y jefe, o como dice Salvador Novo, de todos modos era ya sólo un monumento y bien podía darse ese y otros lujos.

15.9 Algunos edificios notables
Palacio Nacional.- En 1896 se trasladó la Campana de la Parroquia de Dolores, con la que el Padre de la Patria convocó a la insurrección. Se colocó arriba del Balcón Central y se quitó el viejo reloj inglés, llevándoselo a la Plaza de Santo Domingo. Con motivo de las fiestas del Centenario, se decidió remozarlo. La fachada principal fue cubierta de cemento, formando rectángulos que semejaban bloques de piedra. En el interior, se remodelaron, entre otras, las áreas del despacho presidencial, el salón de embajadores y el comedor.
Ayuntamiento.- En 1906, se formuló un proyecto para la reconstrucción total del inmueble. Con cierto respeto a la semblanza del antiguo edificio, se le modificó radicalmente. El 16 de Septiembre de 1910 se inauguró la fachada y los trabajos en el interior continuaron hasta la cuarta década del siglo.

A finales del Siglo 19, la Ciudad estrenó una nueva avenida en el Centro. Al estar en curso el desarrollo del proyecto de construir un nuevo Teatro Nacional, sobre los terrenos del antiguo Convento de Santa Isabel, se ordenó la demolición del antiguo. Esta construcción, obra de Lorenzo de la Hidalga, cerraba el paso de la añosa calle del Arquillo, y al ser echada abajo podría ésta extenderse. El nombre que se le dio a la nueva vía, por una simple coincidencia, era el de una fecha que recordaba una de las gestas gloriosas en la trayectoria militar de Don Porfirio, apareció así la Avenida del 5 de Mayo.

Castillo de Chapultepec.- Porfirio Díaz ha sido el gobernante que más tiempo vivió en el Castillo, lo que le permitió hacerle un buen número de cambios. Lo dotó del elevador que se encuentra en el arranque de la rampa de acceso. Respetó el diseño de la planta baja, sustituyendo la Sala del Trono por un boliche, hizo un gran salón de recepciones y la escalera central. El segundo piso lo destinó a habitaciones. El entorno fue sujeto también de una notable atención, se crearon los lagos y el zoológico, se pavimentó la gran avenida circular, y se construyó la Casa del Lago, con la idea de que fuera residencia veraniega del Presidente.

15.10 Rasgos acuáticos
La ciudad perdió los últimos rasgos de haber sido una urbe en medio de las aguas, al irse cegando las vías acuáticas que quedaban en operación, como el Canal de la Viga.

En esta parte del siglo, concluyó la demolición de los acueductos, sustituyéndoseles por cañerías subterráneas. El que venía de Santa Fe empezó a ser destruido en 1852, con la intención de ampliar la Calzada de los Hombres Ilustres (Avenida Hidalgo). En los años siguientes, siguieron desapareciendo tramos de la arquería y para 1889 no quedaba vestigio importante alguno. La caja de aguas de La Mariscala, al parecer se encuentra preservada en las cercanías de la estación del Metro Chapultepec

El Acueducto de Chapultepec tuvo mejor suerte, aunque no encontramos registros que nos indiquen cuando se le borró del paisaje urbano. Se tuvo la precaución de conservar unos cuantos arcos, así como la Fuente del Salto del Agua, que se trasladó a la huerta del Ex-Colegio de San Francisco Javier, hoy Museo Nacional del Virreinato.

Sólo en una perspectiva rígida se puede hablar del fin de una etapa, que en forma inmediata da lugar a la subsiguiente. En realidad, el legado del Porfiriato no se limita a lo que dejó en el patrimonio citadino. Va más allá de las hermosas construcciones, o de su no menos bella escultórica pública.

Así como la ciudad colonial persistió en sus rasgos generales por más de cuatro década, algo semejante ocurre con la urbe porfiriana, vigente aún en la quinta década del Siglo 20, en la que un nuevo proceso regenerador la fue extinguiendo.

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