jueves, 20 de noviembre de 2008

2. Cronología preliminar

Al paso de los semestres, propusimos e instrumentamos un curso que situaba su inicio en el mito de la fundación de México-Tenochtitlán, y continuaba con una reflexión sobre el peso de los factores geográficos. Se hacía una revisión de los pasos dados por los primeros pobladores, hasta llegar a la descripción general de al menos dos de los modelos precedentes, Teotihuacan y Tula, haciendo énfasis en las influencias que de ellos se desprendieron.

Situados estos antecedentes, partíamos del año de 1325, y se ofrecía el desarrollo de la ciudad mexica en función de los logros alcanzados por sus gobernantes. Destacamos a Itzcoatl y a Moctezuma Ihuicamina, que llevaron a su pueblo a la independencia del señorío de los tepanecas y a una expansión territorial que les permitió hacer realidad la promesa plasmada en el mito de la fundación.

2.1 La conquista
El violento encuentro con los hombres venidos del otro lado del océano truncó el doble proceso evolutivo apenas articulado un siglo antes, dando origen a un punto de ruptura-continuidad. Los esquemas que trajeron e impusieron los conquistadores se conjugaron de tal forma con su precedente inmediato, que bien podríamos calificar a México-Tenochtitlán como un puente entre las tradiciones urbanísticas prehispánicas y las españolas. Una muestra de esto es el haber conservado parcialmente el nombre que se le daría a la sede de control del nuevo dominio que se agregaba a la corona ibérica, así como la disposición de las edificaciones centrales, reflejo de los nuevos poderes impuestos, de acuerdo con la traza ordenada por el conquistador extremeño a su técnico Alonso García de Bravo.

2.2 La ciudad de los soldados
Los primeros años de la capital virreinal nos dan cuenta del temor de sus habitantes por una sublevación reivindicatoria de los derechos usurpados, que los llevó, en pleno renacimiento, a erigir una ciudad con tintes feudales, haciendo de los edificios principales una especie de fortaleza. No resulta extraño que la primera construcción de la que se tiene constancia haya recibido el nombre de Las Atarazanas, de la que no existe más que el recuerdo que nos deja una placa colocada en el antiguo templo del leprosario de San Lázaro, y que cumplió funciones múltiples, entre otras, el asegurar un refugio y la posibilidad de escape ante una eventual rebelión. Por ello, al lapso que cubren estos años, de manera razonable, se le ha dado la calificación de la Ciudad de los Soldados, adscribiéndosele un color grisáceo.

2.3 La ciudad de los colonos
El Siglo XVII, según nos narra Francisco de la Maza2 al disiparse el miedo a un levantamiento de la población dominada, resultado de la consolidación del asentamiento de los poderes fácticos, las formas arquitectónicas se fueron suavizando. Se dio lugar a la eclosión del barroco, aparecen las cúpulas y la variedad de tonos del tezontle, en contraste con la anterior, se puede hablar de la Ciudad de los Colonos. Esta etapa se enmarca en dos momentos trágicos, el de la Gran Inundación de Septiembre de 1629 y el de la Sublevación de Junio de 1692.

2.4 Las reformas borbónicas
La siguiente centuria, el Siglo XVIII, viene a ser un período brillante para la vida de la Ciudad de México, reflejo en su parte final de las Reformas Borbónicas. El patrimonio se engrandece y muchos de sus testimonios monumentales llegan hasta nuestros días. En ese siglo llega a su clímax el barroco, cuyo final Fernando Benítez3 sitúa con exactitud en la construcción de la Capilla del Pocito, en el complejo actual de la Villa de Guadalupe. En los años postreros, se asienta un estilo arquitectónico antípoda y crítico a sus excesos, el neoclásico.

2.5 La guerra de independencia
Los años coloniales terminan con un proceso en el que la capital virreinal juega un papel relevante, aunque estuvo en buena parte ajena a sus efectos destructivos. La invasión napoleónica a la madre patria y los titubeos de los últimos Hapsburgos que nos gobernaron desde ultramar, dieron lugar a una discusión acerca de la soberanía que exacerbó a los principales exponentes del poder en la ciudad. Sabemos que esta acerba confrontación dio lugar a un golpe de mando, el cual acarreó la destitución del Virrey José de Iturrigaray, y la muerte en circunstancias no aclaradas, del regidor Francisco Primo de Verdad, el que había expuesto con mayor claridad la propuesta de un autogobierno, en tanto se resolvían las cosas en España.

Desde la perspectiva de la Ciudad de México, este acontecimiento no deja de hacernos pensar en la pérdida de una gran oportunidad de adelantarnos a la historia. Como lo es, también, el segundo hecho de la Guerra de Independencia relacionado con la vida de la urbe: la amenaza de Miguel Hidalgo, personaje maravilloso que en seis semanas efectivas logró su integración a la historia nacional. Por razones aún inexplicables, se negó a tomar la ciudad más poblada de América, en aquellos los últimos días de octubre de 1810, cuando la Diosa Fortuna le brindó en bandeja de plata la oportunidad de llegar a ser algo más que el padre de la patria.

La guerra se prolongaría casi once años más. Los insurgentes nunca volverían a tener una oportunidad similar. El más destacado de los caudillos militares que sucedió a Hidalgo, Don José María Morelos y Pavón, llegaría y atravesaría la ciudad de México, en calidad de prisionero y condenado a muerte. Otros personajes, de los que menos se podía esperar, revigorizarían un proceso que se encontraba ya al borde de la extinción y, en menos de un año, la orgullosa gema del imperio colonial español, recibiría jubilosa la entrada del Ejército Trigarante encabezado por Agustín de Iturbide en aquellos días lejanos del septiembre de 1821.

2.6 El período de anarquía
Al igual que el país, la más importante ciudad de la nación, se sumió en un marasmo durante los cincuenta años siguientes, y perdió relativa importancia dentro del sistema urbano nacional. Los historiadores del Porfiriato lo bautizaron como el Período de Anarquía. La capital resintió el efecto de los dos procesos desestabilizadores que conmocionaron al país y que tendieron a entrelazarse.

Por una parte una prolongada guerra civil, en la cual los mexicanos se dividieron en bandos que asumieron diferentes nombres: yorkinos contra escoceses, centralistas contra federalistas y, en el enfrentamiento final, liberales contra conservadores. Por la otra, agresiones del exterior, destacando dos conflictos con Francia y tres con los belicosos vecinos del norte.

Durante estos años aciagos para la patria, en los que nuestro destino pudo ser el convertirnos en un protectorado de una potencia europea, o bien en una extensión de los Estados Unidos de Norteamérica, la Ciudad de México fue el escenario de una sucesión interminable de cuartelazos, y una presa de ejércitos extranjeros.

Existen huellas, algunas profundas, de las determinaciones tomadas por personajes que asumieron el control del país, apoyados por fuerzas armadas de otras naciones acantonadas en el corazón de la nuestra, y que incidieron en su desarrollo futuro. Destaca de entre todos, Maximiliano al ordenar el trazo del ahora Paseo de la Reforma, concebido como una ruta alterna a las que llevaban al centro de la capital, desde la residencia alternativa que el austriáco se mandó construir, en el Castillo de Chapultepec.

Esta es una de las joyas, que entre otras muchas, se pueden encontrar al revisar la historia de la ciudad más grande para los mexicanos, no del mundo, afortunadamente. ¿Qué tiene Chapultepec que desde tiempos centenarios ha estado tan ligada al poder? Aquí se dio el primer asentamiento de los mexicas, y a partir de entonces, diversos relatos nos relacionan este lugar con hombres poderosos. Como los baños a los que acudían los tlatoanis, las efigies que se mandaron esculpir en sus rocas, la residencia que los mexicas le regalaron a Nezahualcóyotl en gratitud por las obras que concibió y construyó en su beneficio, el lugar donde varios de los Virreyes desearon vivir, negado en sucesivas ocasiones por los monarcas españoles. Habrá mayores referencias en páginas posteriores y quizás la pregunta pueda encontrar un esbozo de respuesta.

Y que decir de esa ruta excepcional, pensada como opción para llegar al centro citadino, conocida como el Paseo de la Emperatriz o del Emperador, retomada por un Presidente Liberal y rebautizada como Paseo de la Reforma, la avenida más hermosa de la Ciudad de México. Es un eje de prestigio prolongado posteriormente en ambas direcciones y que orientó la expansión urbana.

2.7 El fin de la ciudad religiosa
El triunfo de la República en 1867 sería el inicio de la superación del aciago período en el cual la patria estuvo a punto de perderse. La constitución del Estado Mexicano no pudo dejar de lado todo lo que la historia ha decantado en esta ciudad, y fue elegida de nueva cuenta como la sede donde radicarían los poderes federales. Recuperó su característica de centro regulador de los procesos políticos nacionales.

A partir de 1857, la desamortización de las propiedades de las comunidades religiosas dio cauce a un proceso de alta significación. En las décadas siguientes, se disolvieron los rasgos legados del período colonial. La urbe en la que, como en el conjunto de la sociedad, la Iglesia tenía una importancia excesiva, fue secularizada. La ciudad religiosa que desde la época virreinal, según nos cuenta Don Luis González Obregón4, regulaba el tránsito de las horas y la vida urbana a campanadas, desaparecería antes de que pasaran cuarenta años de la aplicación de las Leyes de Reforma.


2.8 El esplendor del porfiriato
Aunque vinieron momentos de zozobra, la capital no volvería a ser presa de una facción armada, hasta finales de 1876, al ser tomada por las tropas del General Porfirio Díaz Mori, al triunfo del Plan de Tuxtepec. En su transcurrir por las venerables calles, culmina la lucha personal del militar oaxaqueño por acceder a lo que los mexicanos consideramos el máximo cargo político. Lle costó dos participaciones fallidas en elecciones presidenciales y dos intentos de golpe militar, el segundo de ellos exitoso..

A medida que nos acercamos al fin del Siglo XIX, de manera paralela a la consolidación y ascenso climático del Porfiriato, la Ciudad de México devino en su mejor expresión, la prueba palpable de un régimen que se propuso hacer realidad la divisa enarbolada por su ala científica, de “Orden y Progreso”.

Don Porfirio Díaz Mori, al igual que otros de sus pares, digamos Don Benito Juárez o los caudillos del proceso que lo echó del poder, sucumbió ante el encanto de la ciudad, por calificar así a todo lo que nuestra historia ha venido acumulando y preservando en su espacio. Si es cierto que en los años postclimáticos de su mandato, el Presidente Díaz identificaba los estados con partes de su cuerpo, me pregunto a cual había emparentado la capital de la nación, quizás fue el cerebro, o la niña de sus ojos. Dejó una huella indeleble en el entramado urbano, viva aún en colonias, calles, elementos de la escultórica pública, entrañables en el sentir de los citadinos contemporáneos, sin importar que se trate de hijos legítimos, adoptados y entenados.

Se puede asegurar que los años que rigió los destinos nacionales conforman uno de los períodos que engrandecieron su patrimonio, sin demeritar los precedentes o subsecuentes. En la agonía de su mandato, la Ciudad de México parecía en las zonas que podían lucirse, un remedo de urbe europea, una especie de París tropical, en el que se encontraban a la vista muchos rasgos de lo que el buen gusto llamaría modernidad. En ella se aglomeraban ya cerca de medio millón de almas.

2.9 La revolución mexicana
Y vino la Revolución y a todos nos soliviantó, diría la conseja popular. A diferencia de la conmoción ocurrida un siglo antes,la Guerra de Independencia, el movimiento social de la segunda década del Siglo 20 tuvo un impacto destructivo en el haber citadino, que resintió la presencia y el acantonamiento de las diversas facciones.

En la parte inicial de esta corta pero relevante etapa, fuera de los alborotos populares que se suscitaron en los últimos días de Mayo de 1910, al conocerse la toma de Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez, por las tropas revolucionarias, nada parecía anticipar el trastocamiento que vendría al transcurrir los primeros meses de 1913. La Revolución parecía una cosa tan lejana, que no se advertía la posibilidad de que la capital llegara a ser el foro de episodios clave en la historia nacional.

Creo que ninguno de ellos le dejaría llagas tan dolorosas como las provocadas en la Decena Trágica, y en las que uno de los golpistas, el General Manuel Mondragón, tendría una oportunidad inmejorable de poner en práctica los conocimientos del arma a la que pertenecía, la artillería.

2.10 Aparición de las tendencias metropolitanas
Aquietadas las grandes aguas, los años veinte atestigüaron la recuperación de la Ciudad de México. En alguna parte de esa década, con seguridad hacia su finalización, alcanzó y rebasó ligeramente el primer millón de habitantes. Un crecimiento espectacular, que se expresó en la reactivación de la expansión urbana. Este proceso no volvería a detenerse y fue avanzando en todas direcciones. En sus inicios, la mancha cubrió con mayor velocidad terrenos rurales situados al oriente y al sur del viejo casco urbano.

Hacia el norte, a finales de los veintes y a lo largo del decenio siguiente, en las Delegaciones de Azcapotzalco y Guadalupe Hidalgo (rebautizada en 1936 como Gustavo A. Madero), se propició una ocupación de tipo industrial, favorecida en buena parte por el tendido de la red ferroviaria, cuyas rutas de salida y entrada se trazaron en el Porfiriato en esta dirección. No se puede hacer menos los apoyos de todo tipo que brindaron los regímenes emanados de nuestro movimiento armado.

Esta ola expansiva, de carácter residencial e industrial, si la vemos en la perspectiva contemporánea, traía en embrión una característica determinante en los años siguientes, los rasgos que harían de la capital una verdadera metrópoli, al rebasar los límites en los que se contuvo hasta entonces su crecimiento. No en balde quien fue cronista de la Delegación Cuauhtémoc, Don Héctor Manuel Romero, nos indicaba que hasta bien entrado el Siglo XX, la historia de la ciudad de México no era otra que la historia de dicha demarcación territorial.

Dentro del tráfago que se vivió en la reorganización del Estado Mexicano, en 1929 se concreta un nuevo esquema de control político y administrativo del espacio sede de los poderes de la Federación. Los ayuntamientos son sustituidos por 13 Delegaciones y un Departamento Central, y la designación de sus titulares se adscribe dentro de las facultades del Primer Mandatario.

2.11 Y la ciudad se convirtió en una metrópoli
Según nos dice Claude Bataillon (5), hacia 1940, la ciudad, en la que se aglutinaban ya más de millón y medio de seres, se parecía más a la heredada por Don Porfirio Díaz que a la metrópoli que surgiría al mediar el siglo pasado. Una ciudad de peatones y tranvías, sería abolida por las nuevas tendencias y ello no llevaría más de diez años.

El investigador francés rescató un descubrimiento hecho por el ingeniero agrónomo Edmundo Flores, el primero en destacar la importancia que tuvo la decisión de la empresa norteamericana Sears Roebuck de instalar su primera sucursal fuera del viejo y congestionado centro, para lo cual adquirió en 1949 los terrenos del Colegio Americano. Ello detonó no sólo la transformación de lo que, apenas cuatro años más tarde, vendría a llamarse en definitiva Avenida de los Insurgentes, sino también la consolidación de lo que Bataillon califica como “la ruptura del centro tradicional”, al dejar de ser la zona concentradora de una serie de actividades esenciales.

Por esas mismas fechas, el proceso recibe un impulso decisivo, al salir del distrito central las funciones de formación de cuadros profesionales, las que se reubicarían en una zona apartada del sur, en esa muestra portentosa de la arquitectura mexicana de la primera mitad del Siglo 20, la Ciudad Universitaria.

Al rayar el medio siglo, las tendencias metropolitanas se consolidarían en forma irreversible, al desbordar la expansión industrial los límites con el Estado de México.

Los años cincuenta acentuarían este derrotero, con la puesta en operación de las primeras vías rápidas. Queda atrás la vieja ciudad porfiriana de transeúntes y medios colectivos de transporte, y se privilegia el uso del automóvil.

Los primeros tramos del kafkianamente llamado Anillo Periférico (muchos años no fue anillo y al cerrar el círculo la periferia estaba muy lejos) propician un desarrollo urbano en Naucalpan, Ciudad Satélite concebido para la emergente clase media, e inspirado en un patrón con tinte norteamericano, de vivir en suburbios desde donde se puede acceder a las áreas centrales en pocos minutos, por caminos destinados primordialmente a los coches particulares.

En el oriente de la ciudad, sin la planeación y las ventajas de la suburbia californiana, las oleadas de migrantes inundan las tierras que dejó el desecamiento del Lago de Texcoco en el Municipio de Chimalhuacán, y dan forma al antípoda del privilegiado poblamiento del norte, al cual, con el tiempo, también se le dará un nombre compuesto, utilizando la misma palabra inicial, Ciudad, a la que se agrega el vocablo derivado del nahuatl, Nezahualcóyotl, cuyo significado, “coyote hambriento” no deja de hacernos pensar en el perfil socioeconómico del conglomerado que le dio origen.

Un elemento relacionado con las comunicaciones, que parecen ser ejes rectores dentro del desordenado crecimiento de la urbe, debe de tomarse en consideración: la ampliación de la salida a Puebla, conocida desde entonces como la Calzada Ignacio Zaragoza, estimula tanto este desarrollo como su gemelo al otro lado de la vía, allá en Iztapalapa.

2.12 La ciudad contemporánea
Estas líneas, que se esbozaron apenas en la cuarta década del siglo pasado, se profundizarían en la segunda mitad del mismo, llegando hasta nuestros días, en una marea que no parece tener fin. Cada final de las cuentas decenales, como lo constatan los registros censales, agrega al fenómeno metropolitano nuevas delegaciones y municipios.

Es difícil, en esta parte de nuestro trabajo, hacer un recuento de los acontecimientos que se extienden sobre el espacio urbano, y que desdoblan las tendencias iniciales en un nivel de complejidad inusitado. Estimamos conveniente hacer una narración desde la perspectiva del Distrito Federal, sin olvidar que integra un conglomerado, en el que la mayor parte de la superficie y de la población se encuentra ya en el vecino Estado de México.

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